Se podría ver a la obra teatral como una suma de piezas. Una compaginación, a veces azarosa, de elementos diversos. Estas piezas son creadas parte por parte como un Frankenstein hasta transformarse en algo que emite signos de vida. Y que en el mejor de los casos, puede facilitar el dialogo del espectador con sus propias cicatrices y heridas.
Pero previamente a esa exploración hacia el afuera, hay un enfrentamiento ineludible con el acto creador, un viaje fascinante, sobretodo cuando puede realizarse en total libertad. Cuando existe el tiempo y el espacio adecuado para investigar. Para ampliar los márgenes de la práctica. Cuando se privilegia la profundización de un proceso, y donde es imposible separar el cómo del por qué. Se podría afirmar que obras estrenadas después de un corto proceso de elaboración,sólo pueden apelar a reforzar estereotipos y a caer en convencionalismos. Sin tiempo para arriesgar, ni bucear, se recurre a lo ya conocido. Las piezas se arman con formulas ya anteriormente comprobadas. Por lo tanto esa experiencia teatral es esencialmente un muestrario de tics y muecas carentes de todo vigor y singularidad. El objetivo está puesto básicamente en términos de producción. De lograr que en el mercado teatral se agregue una nueva mercancía redituable.
Asumir la distorsión y devolverla multiplicada.
Entregarse a un sinfín de llamados externos e internos para finalmente entender que una está tomada por algo que necesita ser parido. En los diversos aspectos que hacen a la producción de un lenguaje teatral, destacaría la importancia de ser consciente del nivel en que se está trabajando. El espectáculo puede estimular sólo una percepción literal. De comprensión unívoca. Obvia. O también puede ser tan hermético que sea indescifrable. Bizarro.
Un desafío interesante, que no siempre se logra, es trabajar en varios planos simultáneamente, desde lo literal hasta lo metafórico, para que todos los espectadores se puedan identificar en algún nivel.En la dramaturgia sucede algo similar, está la forma tradicional que une las imágenes desde una evolución lógica y consecuente con la temática a desarrollar, influenciada por reflexiones del tipo especulativo. Y también está la forma azarosa e intuitiva, que determina de un modo aleatorio la secuencia de los acontecimientos. Esta forma tendría que ver con la lógica de lo poético.
Desde ese rol directriz se necesita generar las condiciones para que el actor cree en la permanente tensión de un movimiento abierto (improvisación) y luego cerrado (repetición) .
Esta técnica actoral, con semejanzas a la preparación de un músico, en cuanto a su estructura de repetición e improvisación, fue creada por el director teatral ruso Meyerhold, que era violinista.
Y él mismo, en los ensayos de sus espectáculos acostumbraba a trabajar con un músico, para que sus actores no perdieran el ritmo. La partitura.
La repetición permite al actor mecanizar los movimientos hasta olvidarse de ellos. Y pareciera que recién ahí puede concentrarse en cargarlos de un sentido particular y potente. Lo que se dice, cabalgar su propio caballo.
Como diría Bacon :”Una lucha cuerpo a cuerpo y luego un gesto, un accidente”