“Esa extraña forma de pasión”, de Susana Torres Molina.
Esa extraña forma de pasión, me conmovió y me retrotrajo a los 70, en donde algunas obras teatrales denunciaban lo que todos empezábamos a vivir con desesperación e impotencia, el Proceso de Reorganización Nacional que implantaba el terrorismo de estado, con la alianza de militares e intereses económicos del orden mundial.
Tato Pavlovsky presentaba el tema de la tortura en su magistral creación de El señor Galíndez (1970); y ya a finales de la dictadura militar, en “Teatro Abierto” (1982), Carlos Somigliana planteaba en Oficial 1º, con la excelente dirección de Beatriz Matar, la situación en un juzgado donde salían de los armarios de los expedientes los cuerpos de los desaparecidos.
Posteriormente, con un gobierno constitucional, nacía “Teatro por la identidad” (2000), que cumple a la fecha un ciclo de 10 años de representaciones que desarrolla la temática de los hijos de desparecidos en cautiverio.
Y hoy, a casi cuarenta años de la extinción de 30.000 personas, comienzan a surgir nuevas miradas como Esa extraña forma de pasión, de Susana Torres Molina, que revelan en nuestro teatro la amplitud y la complejidad del tema. La pieza transcurre en tres situaciones: una, en un hotel donde se esconden dos guerrilleros; otra, en un centro de detención, ambas en el pasado; y la última en la actualidad, constituyendo en el presente una de las obras más valiosas del teatro Argentino.
Algo muy significativo de observar y valorar, es que la autora, además de su espléndida dirección, ha desarrollado el drama, de manera tal que puede transcurrir en cualquier ciudad latinoamericana, ya que esta historia del siglo XX, fue causada por la política exterior de Estados Unidos que instauró y apoyó dictaduras militares de derecha para fortalecer su imperio, e incluso aniquiló gobiernos constitucionales como el de Chile en 1973.
Celebro la memoria de Esa extraña forma de pasión, la reflexión inclemente sobre nuestro pasado y la búsqueda de verdad, con sus aciertos y fracasos, para alcanzar un mundo mejor. Valoro la excelencia del espectáculo, y aplaudo fervorosamente esta labor del grupo, recordando las palabras de Harold Pinter sobre Arte y Política, al recibir el Premio Nóbel de Literatura 2005:
“Creo que, a pesar de las enormes dificultades que existen, una firme determinación inquebrantable, sin vuelta atrás, como ciudadanos, para definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades, es una necesidad crucial que nos afecta a todos. Es de hecho, una obligación. Si una determinación como ésta no forma parte de nuestra misión política no tenemos esperanza de restituir lo que casi hemos perdido: la dignidad como personas.”