Susana Torres Molina,
autora y directora
teatral
movilizan al espectador a partir de su trabajo y por fuera de los
estereotipos y los lugares comunes. Ahora, con Esa extraña forma
de pasión, redobla la apuesta con una mirada profundamente
original sobre los años de Dictadura y represión.
Por Marcelo Massarino
Fotos: Mariana Berger
El tiempo es como un prisma que descompone a la historia en todos sus colores. A medida que los años transcurren, la mirada se amplía y los matices y tonos son más nítidos. Descubrimos perspectivas e intensidades que antes eran invisibles, es parte de un camino que solo se puede transitar de manera natural, sin saltear fases no tomar atajos. Tiempo y distancia, dos elementos que junto a la memoria son necesarios para reflexionar sobre el pasado, entender el presente y construir un futuro que los contenga sin reciclajes que los recorten o mutilen.
Algo mas de treinta años es un periodo considerable para la aparición de nuevos relatos, sobre la militancia de los años setenta en la Argentina, que contemplen las subjetividades de hombres y mujeres; que se refieran a los temores y los miedos; las convicciones y las delaciones; las dudas y los prejuicios; los interrogantes que abrieron aquellas certezas; las criticas por lo hecho y por lo dejado de lado desde lo afectivo. Que se refieran a las sensaciones de quienes protagonizaron esa lucha política y de los que consideran que ese pasado les quito una parte importante de su presente.
Esa extraña forma de pasión (El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, Capital Federal) es una obra de la dramaturga y directora Susana Torres Molina, quien asume desde el escenario la responsabilidad de mantener una “conciencia activa” con “un único juicio rotundo y determinante: la condena absoluta al terrorismo de Estado”. Con tres situaciones entrecruzadas, se refiere a la vida en los campos de detención ilegal y la relación entre represores y secuestrados; a la clandestinidad de los militantes y a los hijos de desaparecidos y los sobrevivientes. Cuenta con las actuaciones de Adriana Genta, Gabi Saidon, Bela Arnau, Fiorella Cominetti, Santiago Schefer, Emiliano Díaz y Pablo Di Croce.
Las razones que motivaron el texto son variadas, aunque la autora señala como disparador la lectura de un artículo en el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, que contaba como los secuestradores salían a bailar con las prisioneras durante las fiestas de Año Nuevo. De esa situación, que comprende a Carlos y Miguel –dos represores- y a Laura –una secuestrada de veinticinco años- que mantiene una relación afectiva con uno de ellos, en el marco de la supervivencia en un centro clandestino; en Los Tilos Celia y Paco, dos jóvenes militantes de una organización que decide pasar a la clandestinidad, están escondidos una noche en un hotel alojamiento; por ultimo en Loyola hay un encuentro entre Manuel –un periodista de treinta y dos años, hijo de padre desaparecido- y Beatriz –una escritora de cincuenta y siete años, quien estuvo comprometida con la lucha política y sobrevivió a la represión-. Las tres partes se fusionan en un espectáculo que es un entramado con emociones que busca la reflexión “sin apologías ni demonizaciones”.
Torres Molina tiene una extensa trayectoria en el ámbito teatral. Escribió piezas como Extraño Juguete, Y a otra cosa mariposa, Soles, Manifiesto vs. Manifiesto y Ella. Muchos de sus textos fueron traducidos al ingles, portugués, alemán y checo, como también representados en el extranjero. Además recibió distinciones en la Argentina, America Latina y Europa durante sus cuarenta años de carrera. Con esta puesta, la investigadora se aparta de la característica que tiene la mayor parte de su producción porque considera que “esta obra se refiere a un pasado muy concreto y pocas veces trabaje sobre nuestra historia, siempre fueron atemporales y existencialistas. En este caso no me interesa mantener vivo un pasado sino una reflexión presente y activa de ese pasado que esta presente en nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestro inconsciente. En ese sentido, siento que se trata de una memoria activa y presente”.
El desafío que se planteo fue “trabajar desde la subjetividad de cada personaje y sin estereotipos; saber que cada uno de los militantes fueron distintos entre si; que los represores también eran diferentes. En definitiva, que no se trata de bloques. Después de una situación tan tremenda como el terrorismo de Estado, se habla de “los militantes”, de “los héroes”, de “los represores”, como si se tratara de estructuras. Creo que paso mucho tiempo y podemos hablar desde lugares más personales e individuales. Esto fue algo conciente y me pareció que en el teatro no había un tratamiento desde ese punto de vista, aunque si en literatura que surgió en los últimos años. Se tocaban los temas cercanos a la represión mas focalizados en la apropiación de niños, como por ejemplo en Teatro por la identidad, pero siento que se lo hacia desde un lugar de blanco o negro, no desde las fisuras que tienen los grises. Hoy quería abordar la cuestión desde las singularidades, los sentimientos y las contradicciones, desde las dudas y las preguntas a partir de este pequeño y humilde recorte”.
-¿Qué repercusión busca en el espectador?
-Pretendo que el público salga con preguntas, que se interrogue, que descubra cosas que no sabia, porque no escribo para los informados o los militantes. Por ejemplo, que los represores salían con las prisioneras a comer o al cine. Busque aquello que podía ser entendido por todos desde facetas siniestras que no se conocen tanto. Hay gente que sale conmocionada y están quienes comentan que hacia tiempo no se sentían tan incómodos en el teatro, que después se quedan charlando con amigos o simplemente lloran. Es un espectáculo que te hace trabajar mientras lo ves. Esta polifonía de voces genera debate y estos temas sacuden a las personas con un mínimo de sensibilidad. ¿Quién puede juzgar a alguien que es torturado, que esta en un estado de indefensión absoluta, de extrema vulnerabilidad y, de pronto, alguien por equis motivo lo protege y le da cariño en un centro clandestino? Yo no me siento con capacidad para juzgarla ni quiero hacerlo, solo lo pongo en el escenario. Algo similar hice con los actores. Les dije que no juzguemos, que tratemos de trabajar con la complejidad que tiene la estética de la ambigüedad.
-¿En que medida el texto refleja sus opiniones e interrogantes?
-El único juicio rotundo y determinante es la condena absoluta al terrorismo de Estado. Lo demás queda expresado en diferentes facetas con sus fisuras y grietas. Los personajes en escena confrontan y se hacen preguntas, algunas de las cuales también se lleva el espectador. Por ejemplo, cuando el periodista le dice a la escritora:” ¿No fue demasiada muerte para tan poca revolución?”, y ella responde:”No se cual es la medida exacta, cuantos muertos se necesitan para una revolución”. Cuando leía y me interiorizaba sobre aquella etapa, encontré cosas que me causaron estupor y dudas que luego traslade a los personajes.
-¿Por qué aborda los setenta y la represión durante la dictadura con un relato que describe a sobrevivientes, hijos de desaparecidos, militantes y represores desde la cotidianeidad, la sensibilidad y la duda?
-Alguien que se maneja solo con certezas, sin replantearse ni dudar de la eficacia de cierta medida, sin dialogar ni discutir, va directo al desastre como ha sido toda la situación de aquellos años. Como dice la obra:”Dos heridas intentan dialogar”. Porque, de alguna manera, esta herida mi generación, la que desapareció y los hijos de los desaparecidos. Creo que para los menores de veinte años, hablar de la lucha armada es como referirse a la Invasiones Inglesas, la sienten tan lejana no solo en el tiempo sino como búsqueda, espíritu e idealismo. Y creo que es algo que no supimos transmitir, ya que el modelo que mostramos fue no poder dialogar ni sumar. Pero como no soy política sino artista, no tengo que responder a una verticalidad que me diga que tengo que hacer y decir. Entonces me informe e hice mi propia configuración.
-Los personajes de Carlos y Miguel, ambos militares de un campo de concentración, salen del modelo de represor que uno espera encontrar. ¿Por que?
-Quería mostrar que los represores no son bestias, monstruos, ni chacales, porque pertenecen a nuestra humanidad. Es muy cómodo decir que son ajenos a nosotros. Pero no, son humanos y lo terrible es que hasta tienen sentimientos, cosas con las que uno se podría identificar y, al mismo tiempo, son capaces de infringir tanto daño, dolor y crueldad. Creer que son personajes que chorrean sangre es infantil. Justamente, busque trabajar sobre militares que no están con uniforme ni que tuvieran la imagen del estereotipo, tampoco hay escenas de violencia. Y quería represores, de alguna manera, cultos. Si uno ve las películas sobre el nazismo, a ellos les gustaba ir a la opera, las pinturas y apreciaban la estética del arte con gran refinamiento y creaban campos de concentración. Cuando uno se entera que el vecino-un tipo amable-estuvo a cargo de un centro clandestino de detención, es algo que desacomodo. Y tenemos que comenzar a desacomodarnos porque si seguimos manejándonos con estereotipos nuestra mirada será siempre limitada.