Crítica Le Monde Diplomatique - El diplò 131-mayo 2010




Esa extraña forma de pasión

Por Josefina Sartora

ARTISTAS QUE VEN DONDE POCOS MIRAN

El arte argentino esta demostrando, una vez mas,

que por muy deplorable que se presente el panorama

del acontecer político y social del país, el campo

cultural es un lugar de resistencia siempre creativo,

innovador, inmune a la desesperanza y capaz de

hurgar con inteligencia en un pasado doloroso.

En un marco político y social poco estimulante la actividad teatral presenta productor de verdadero interés como Esa extraña forma de pasión, la ultima obra de la escritora Susana Torres Molina. Después de haber abordado el tema de las relaciones de pareja y cuestiones de género en varias obras literarias, Esa extraña forma… pone en escena –con la dirección de la propia autora- el tema de la militancia política y la represión durante la década del 70 en Argentina.

Torres Molina ha creado una obra inquietante por su concepción escénica: tres situaciones se desarrollan simultáneamente –aunque de a una escena por vez- en el ancho escenario, estableciéndose un complejo cruce entre ellas. Tres situaciones arquetípicas que resumen esa etapa de la historia argentina en una síntesis estilizada.

En una de ellas, a la izquierda del espectador, una pareja de militantes espera en la habitación de un hotel alojamiento que la represión militar ha convertido en un aguantadero. El, convencido, esquemático y luchador, ella, abrumada por la duda, los miedos y el conflicto personal que la hacen vacilar. Discuten justamente el nivel de compromiso de cada uno en la lucha-que se presenta casi suicida- y cuestiones de clase. En el centro, la segunda escena: una oficina donde dos represores clasifican libros –ni mas ni menos- con la asistencia de una detenida, de quien uno de ellos se ha enamorado, permitiéndole ciertas libertades y exigiéndole incluso que salga con el a comer y a bailar. El síndrome de Estocolmo queda instalado entre el represor más sensible y la mujer, que se debate entre sus ideas y la colaboración. El segundo hombre es un represor sin fisuras. En la tercera situación, que transcurre en la actualidad, se produce un dialogo entre dos generaciones. Ella es una escritora y ex combatiente que ha vivido el exilio; el un muchacho que la entrevista, hijo de un desaparecido. En realidad, la entrevista es una excusa para hablar de su propia identidad y averiguar algo sobre su padre. En el dialogo se plantea la orfandad de todo un grupo generacional y su critica a la generación anterior, acusada de priorizar la lucha por sobre los afectos familiares. En el espectador se instala la sospecha, nunca confirmada, de que la sobreviviente podría ser la misma que, en la escena de al lado, colabora con sus captores. El dialogo se transforma por momentos en un enfrentamiento violento, un cuestionamiento que la escritora quiere eludir, evitando la autocrítica ante el mas joven, aunque reconociendo la derrota.

La obra es sumamente discursiva, los diálogos se desarrollan con cruces entre las situaciones, unos haciendo eco en los otros, con resonancias mutuas. La posible lectura de que la mujer podría ser la misma persona en las tres situaciones no es fundamental, sino el modo en que la obra habla con cuidadoso respeto de temas capitales: la lucha armada; los modos de dominación; las paradojas que se generaban en los centros de detención; la búsqueda que emprenden los hijos de desaparecidos para llenar su enorme vacío; las vacilaciones y contradicciones de cada personaje, excepto en dos: el militante comprometido y su contraparte, el represor inclaudicable.

Las historias se entrecruzan, la voces también, resonando en el espectador con apelaciones a la propia memoria, generando distintas capas de sentido. En ningún momento se intenta demonizar alguna de las situaciones, sino plantear la complejidad de los problemas, sus consecuencias en etapas posteriores y su vigencia actual, como indica la permanente mirada de la escritora hacia el pasado, hacia las situaciones que están teniendo lugar a su lado y resuenan en su memoria. En un momento clave, por esclarecedor, el joven señala a la escritora y antigua militante que del otro lado de la pared hay miles de personas que sufren en el país de hoy. Y esta responde: “Ya te lo he dicho: perdimos…”.

Los años 70 revisitados

Torres Molina logra con ajustada precisión poner en escena un tema por demás delicado. En ocasiones el teatro ha abordado la revisión de la época de los años 70, la dictadura y la militancia. A ese tema dedica su obra teatral Tato Pavlovsky- con quien Torres Molina compartió el exilio en España-, desde la histórica El Señor Galíndez de 1973 hasta Potestad, hoy en escena en el Centro Cultural de la Cooperación. También en la obra de Griselda Gambaro esta temática ocupa un espacio importante. En un tono algo menor, ya es tradicional el ciclo de “Teatro por la identidad” desde la perspectiva de los hijos, pero el interés no se repite en el teatro mas comercial.

El cine, tal como ocurre en la literatura, también ha reexaminado esa época trágica en numerosas oportunidades y según distintos abordajes: desde la ficción se destaca lo mas actual, la tan mentada El secreto de sus ojos de Juan José Campanella, ganadora de un Oscar y ya vista por mas de dos millones de espectadores. Rafael Filippelli –quien ya había tratado el tema de la represión en Hay unos tipos abajo y El ausente-, preestreno en el ultimo Bafici su nueva película, Secuestro y muerte, sobre la ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu, que ya ha suscitado una fuerte polémica por su cuestionada concepción de la organización Montoneros y de la figura del militar. Por otro lado, el genero documental presenta una larga filmografía sobre el tema, desde la obra de Carlos Echeverria Juan, como si nada hubiese sucedido, hasta las historias de militantes y sus trayectorias, que pueden verse en Gaviotas blindadas del Grupo Mascaro; Papa Iván de María Inés Roque; Paco Urondo, la palabra justa de Daniel Desaloms; Trelew de Mariana Arruti; Los rubios de Albertina Carri, y otros mas.

Una nutrida cartelera

La obra de Torres Molina es uno de los tantos focos de interés de la cartelera porteña, al margen del gran circuito comercial. Sube a escena en el espacio El Camarín de las Musas, donde constituye uno de los varios espectáculos que ese lugar ofrece fuera del circuito de la calle Corrientes. Allí se trabaja a sala llena cada día, de jueves a domingos, en varias puestas y en distintos horarios. El Camarín… organiza también exposiciones de arte y funciona como espacio de encuentro. Lo mismo ocurre en otros lugares similares como el Espacio Callejón y El Kafka, por nombrar solo a los que operan en el segundo circuito de teatros.

Por el lado oficial, en medio del caos de la gestión municipal el Ministerio de Cultura de la Ciudad ha tenido el buen criterio de conservar los espacios de los Festivales creados en gestiones anteriores, que han demostrado dar buenos réditos. El año pasado el festival de teatro presento –si no lo mas consagrado- lo mas nuevo del panorama teatral internacional, y en abril tuvo lugar el tradicional Bafici –cuto equipo también tiene una experiencia de varios años- que convoca multitudes durante doce días a ver un cine infrecuente.

Como siempre, la actividad cultural argentina pone a la sociedad, que al menos en parte responde interesada y entusiasta, ante su propio espejo.

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