
Los ´70. Un pasado que inquieta
11/06/2010 | Por Sonia Jaroslavsky 
Espectáculo Esa extraña forma de pasión
Susana Torres Molina es la dramaturga y directora 
de esta pieza que indaga, interpela, profundiza sin 
banalizar, y tiene la valentía de meterse a reflexionar 
sobre los finales de los ‘70 en nuestro país, sobre la 
represión y los desaparecidos, sin generar estampas i
namovibles ni estereotipadas. Esa extraña forma de 
pasión, en ese gesto punzante, encuentra su 
profundidad, que al proponer como decisión de
puesta la ambigüedad, deja al espectador para que
saque sus propias conclusiones. Era hora de que el
teatro se diera la oportunidad de repensar los '70,
como así lo vienen haciendo el cine y la letras.
Los Tilos, Sunset y Loyola son los nombres de las tres 
situaciones que se presentan en escena. A su vez, tres
instancias temporales distintas que se enlazan 
como eslabones: pasado y presente fundidos en estos
 seres que transitan el espacio. Los personajes, si bien 
se encuentran en un espacio-tiempo con situaciones 
distintas, sin embargo, se rozan, creen escucharse, 
arrimarse, temen. Como si la resonancia de sus 
presencias traspasara la porosidad de paredes invisibles.
La primera situación, Los Tilos, transcurre del lado 
izquierdo del espacio escénico. Dos jóvenes de unos 
veinte años se encuentran en el cuarto de un hotel de 
alojamiento. Una cama, mesita de luz, una ventana 
desde la que Celia y Paco pueden observar la calle. 
La situación está invadida por el miedo. Ellos se 
esconden. Repasan una y otra vez datos falsos para no
 meter la pata y que se los lleven. Están asustados 
porque estos compañeros militantes vieron partir al 
exilio a la conducción y quedan pocos. Paco repite, 
por momentos autómata, los principios revolucionarios. 
Celia duda porque no desea morir, y ya no está tan 
segura de querer jugarse la vida por la causa. Según
su perspectiva, cada compañero intenta salvarse 
como puede. Y por eso se siente sola, abandonada. 
En el marco de esta encrucijada es donde se despliega
esta situación en la que los reproches y la agonía 
ante un inminente allanamiento funden la escena. 
Paco arremete: "Nunca tendrías que haber participado. 
No tenés motivación, ni mística. Sos...lamentable."
La segunda situación, Sunset, transcurre en el centro 
de la escena, pero sus protagonistas, dos represores, 
Carlos y Miguel, y su víctima Laura, ingresan por los 
laterales de la escena, por la habitación en la que 
transcurría la primera situación, para pasar al mismo 
centro. 
Así comienzan a desplegarse las diversas asociaciones 
que el espectador puede vislumbrar y la habitación 
primera de hotel puede ser vista como una suerte de 
calabozo, así como también el miedo de la pareja 
militante puede quedar notoriamente en primer plano, 
al escuchar ésta los pasos de los opresores. La situación 
transcurre en un centro clandestino de detención donde 
una mesa de madera de escritorio, un teléfono, un fichero
y pilas de libros y libros están a punto de ser clasificados
con quién sabe qué parámetros de criterio. Hay, además,
un juego de Scrabble.
Carlos se enamora de su víctima
 y Laura no puede decidir en esas circunstancias, pero
también sabe que ante tanta oscuridad una caricia sin 
cara, puede hacerle llegar un hilo de luz. Carlos y Laura 
hasta salen, (él la saca a bailar al boliche Sunset): 
fantasmas esperpénticos bailando para mitigar el vacío 
podría ser la imagen que no vemos, pero que evocan los 
personajes. Esta situación es, tal vez, la más lograda, 
por el cinismo, la piedad y la confusión en los que están 
inmersos los personajes y por las excelentes actuaciones
de Gabi Saidón, Emiliano Díaz y Santiago Schefer. 
Carlos le dice a Laura: "¿Sabés? No hay tipos buenos y
tipos malos. Hay circunstancias buenas y circunstancias 
malas". Los libros, las lecturas, cumplen un rol 
importante en esta escena y en la obra en general. 
Los represores aquí son grandes lectores, juegan a 
armar palabras y hasta se dan el lujo de alguna disertación
filosófica. Carlos le dice a Miguel, su compañero: 
"Este juego sólo aburre a los analfabetos". 
Miguel le responde: "¡Dale, Borges! Si yo leo más que vos". 
Así, el imaginario que tenemos de los militares es modificado. 
Aquí son muy educados y leídos. Aquí se juega a la 
identificación con ellos para remarcar el peligroso juego de identificaciones. El espectador todo el tiempo tiene que
preguntarse: ‘¿a quién estoy justificando?', Pregunta
propia de los que ampararon la dictadura, aún los 
tildados de progresistas.
Loyola transcurre en la actualidad en la casa de Beatriz, 
una escritora que vivió en el exilio y para la cual la 
escritura resultó ser, a la vuelta de ese exilio, su escape 
del dolor y su oasis. Manuel, que es periodista y cuyo 
padre está desaparecido, decide hacerle una entrevista 
a Beatriz acerca de sus últimas publicaciones. Con 
grabador de periodista en mano, libros y una notebook 
en el escritorio, Manuel indaga una y otra vez. Quiere 
comprender, llegar a través de Beatriz a los ideales de 
sus padres y poder discutirlos, rebelarse, como lo 
necesita todo hijo, gritar su dolor. Beatriz evade las 
preguntas hacia el pasado. Con la mera mención a la 
palabra "militante" su mirada se pierde. Pero para 
Beatriz el universo de los ´70 es inentendible para un 
joven: "Para los que tienen ahora 20 años o menos, 
hablar de la lucha armada de los ‘70 es como hablar 
de las invasiones inglesas", dice. Pero tampoco sabe 
bien qué significa hoy esa época para los de su 
generación, porque es una época que quedó asociada 
al terror y la represión: "hicieron un buen trabajo", agrega.
Beatriz hoy lee Claus y Lucas de la húngara Agota 
Kristof. Este libro nihilista tal vez represente la figura 
de lo que es hoy Beatriz, pero no de lo que fue.
Es el resabio de la siniestra vivencia que le tocó vivir.
Con una muy buena dirección de actores, el exquisito 
elenco está integrado por Béla Arnau, Fiorella Cominetti, 
Emiliano Díaz, Pablo Di Croce, Adriana Genta, 
Gabi Saidón y Santiago Schefer, que delinean con precisión, profundidad y entrega a los personajes en cuestión. 
Torres Molina dice con justeza sobre su concepción 
del espectáculo que el objetivo final es presentar 
escénicamente una serie de estímulos, asociaciones, 
multiplicaciones de sentido, deslizamientos que 
establezcan un recorte de este singular trauma que, 
aún hoy, convive con nosotros en nuestra cotidianeidad, 
especialmente en nuestros cuerpos y sueños.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 




 
 
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