Comentario de la obra de Cora Roca - Docente e Investigadora Teatral



Esa extraña forma de pasión”, de Susana Torres Molina.

Esa extraña forma de pasión, me conmovió y me retrotrajo a los 70, en donde algunas obras teatrales denunciaban lo que todos empezábamos a vivir con desesperación e impotencia, el Proceso de Reorganización Nacional que implantaba el terrorismo de estado, con la alianza de militares e intereses económicos del orden mundial.

Tato Pavlovsky presentaba el tema de la tortura en su magistral creación de El señor Galíndez (1970); y ya a finales de la dictadura militar, en “Teatro Abierto” (1982), Carlos Somigliana planteaba en Oficial 1º, con la excelente dirección de Beatriz Matar, la situación en un juzgado donde salían de los armarios de los expedientes los cuerpos de los desaparecidos.

Posteriormente, con un gobierno constitucional, nacía “Teatro por la identidad” (2000), que cumple a la fecha un ciclo de 10 años de representaciones que desarrolla la temática de los hijos de desparecidos en cautiverio.

Y hoy, a casi cuarenta años de la extinción de 30.000 personas, comienzan a surgir nuevas miradas como Esa extraña forma de pasión, de Susana Torres Molina, que revelan en nuestro teatro la amplitud y la complejidad del tema. La pieza transcurre en tres situaciones: una, en un hotel donde se esconden dos guerrilleros; otra, en un centro de detención, ambas en el pasado; y la última en la actualidad, constituyendo en el presente una de las obras más valiosas del teatro Argentino.

Algo muy significativo de observar y valorar, es que la autora, además de su espléndida dirección, ha desarrollado el drama, de manera tal que puede transcurrir en cualquier ciudad latinoamericana, ya que esta historia del siglo XX, fue causada por la política exterior de Estados Unidos que instauró y apoyó dictaduras militares de derecha para fortalecer su imperio, e incluso aniquiló gobiernos constitucionales como el de Chile en 1973.

Celebro la memoria de Esa extraña forma de pasión, la reflexión inclemente sobre nuestro pasado y la búsqueda de verdad, con sus aciertos y fracasos, para alcanzar un mundo mejor. Valoro la excelencia del espectáculo, y aplaudo fervorosamente esta labor del grupo, recordando las palabras de Harold Pinter sobre Arte y Política, al recibir el Premio Nóbel de Literatura 2005:

“Creo que, a pesar de las enormes dificultades que existen, una firme determinación inquebrantable, sin vuelta atrás, como ciudadanos, para definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades, es una necesidad crucial que nos afecta a todos. Es de hecho, una obligación. Si una determinación como ésta no forma parte de nuestra misión política no tenemos esperanza de restituir lo que casi hemos perdido: la dignidad como personas.”

CORA ROCA - Docente e Investigadora Teatral

Comentario de la obra de María José Gabin - Actriz


Nos gustó mucho la obra, todo, las actuaciones, la puesta, la estructura, el texto. Pensar que hay quienes piensan que no hay que hablar más del tema. Felicitaciones, muy interesante.

María José Gabin (actriz)

Comentario de la obra de Liliana Mizrahi. Psicóloga. Escritora


"La obra de Susana Torres Molina, retrata en pocas escenas la tragedia genocida que atravesó nuestro país en los 70. Esta obra de teatro tiene algo muy atractivo para mí y es la simultaneidad de tiempos, momentos de la historia que parecen disociados y van integrándose significativamente. Los significados se multiplican. Esto permite una comprensión más amplia y profunda de la historia argentina. Algunas cuestiones están claramente explicitadas y otras están sugeridas, sutilmente. Esto me permitió, sin darme cuenta, reproducir, reeditar cosas que me pasaron en el momento de la dictadura cívico militar. Ese oscuro y confuso sentimiento de: -no entiendo no entiendo, ¿qué pasa?- era exactamente lo que sentí en los años 70. Me acordé de amigos desaparecidos, la noche que metimos los libros en la bañadera, el miedo. Relatos de pacientes. Guardarse dentro de las casas. Vivir amenazados. La obra resonó dentro mío con inusual fuerza: tristeza, confusión, imposibilidad de creer.¿qué nos pasó?¿qué hicimos?
Rilke decía que una obra de arte es una obra arte, cuando es imprescindible. Esta obra de Susana es imprescindible, necesaria, casi diría obligatoria y, además, es terapéutica: ayuda a comprender, profundiza, trae a la memoria... y eso siempre cura."
Liliana Mizrahi. Psicóloga. Escritora

Critica Alternativa Teatral - 11 de Junio de 2010


Los ´70. Un pasado que inquieta

11/06/2010 | Por Sonia Jaroslavsky

Espectáculo Esa extraña forma de pasión

Susana Torres Molina es la dramaturga y directora

de esta pieza que indaga, interpela, profundiza sin

banalizar, y tiene la valentía de meterse a reflexionar

sobre los finales de los ‘70 en nuestro país, sobre la

represión y los desaparecidos, sin generar estampas i

namovibles ni estereotipadas. Esa extraña forma de

pasión, en ese gesto punzante, encuentra su

profundidad, que al proponer como decisión de

puesta la ambigüedad, deja al espectador para que

saque sus propias conclusiones. Era hora de que el

teatro se diera la oportunidad de repensar los '70,

como así lo vienen haciendo el cine y la letras.

Los Tilos, Sunset y Loyola son los nombres de las tres

situaciones que se presentan en escena. A su vez, tres

instancias temporales distintas que se enlazan

como eslabones: pasado y presente fundidos en estos

seres que transitan el espacio. Los personajes, si bien

se encuentran en un espacio-tiempo con situaciones

distintas, sin embargo, se rozan, creen escucharse,

arrimarse, temen. Como si la resonancia de sus

presencias traspasara la porosidad de paredes invisibles.

La primera situación, Los Tilos, transcurre del lado

izquierdo del espacio escénico. Dos jóvenes de unos

veinte años se encuentran en el cuarto de un hotel de

alojamiento. Una cama, mesita de luz, una ventana

desde la que Celia y Paco pueden observar la calle.

La situación está invadida por el miedo. Ellos se

esconden. Repasan una y otra vez datos falsos para no

meter la pata y que se los lleven. Están asustados

porque estos compañeros militantes vieron partir al

exilio a la conducción y quedan pocos. Paco repite,

por momentos autómata, los principios revolucionarios.

Celia duda porque no desea morir, y ya no está tan

segura de querer jugarse la vida por la causa. Según

su perspectiva, cada compañero intenta salvarse

como puede. Y por eso se siente sola, abandonada.

En el marco de esta encrucijada es donde se despliega

esta situación en la que los reproches y la agonía

ante un inminente allanamiento funden la escena.

Paco arremete: "Nunca tendrías que haber participado.

No tenés motivación, ni mística. Sos...lamentable."

La segunda situación, Sunset, transcurre en el centro

de la escena, pero sus protagonistas, dos represores,

Carlos y Miguel, y su víctima Laura, ingresan por los

laterales de la escena, por la habitación en la que

transcurría la primera situación, para pasar al mismo

centro.

Así comienzan a desplegarse las diversas asociaciones

que el espectador puede vislumbrar y la habitación

primera de hotel puede ser vista como una suerte de

calabozo, así como también el miedo de la pareja

militante puede quedar notoriamente en primer plano,

al escuchar ésta los pasos de los opresores. La situación

transcurre en un centro clandestino de detención donde

una mesa de madera de escritorio, un teléfono, un fichero

y pilas de libros y libros están a punto de ser clasificados

con quién sabe qué parámetros de criterio. Hay, además,

un juego de Scrabble.

Carlos se enamora de su víctima

y Laura no puede decidir en esas circunstancias, pero

también sabe que ante tanta oscuridad una caricia sin

cara, puede hacerle llegar un hilo de luz. Carlos y Laura

hasta salen, (él la saca a bailar al boliche Sunset):

fantasmas esperpénticos bailando para mitigar el vacío

podría ser la imagen que no vemos, pero que evocan los

personajes. Esta situación es, tal vez, la más lograda,

por el cinismo, la piedad y la confusión en los que están

inmersos los personajes y por las excelentes actuaciones

de Gabi Saidón, Emiliano Díaz y Santiago Schefer.

Carlos le dice a Laura: "¿Sabés? No hay tipos buenos y

tipos malos. Hay circunstancias buenas y circunstancias

malas". Los libros, las lecturas, cumplen un rol

importante en esta escena y en la obra en general.

Los represores aquí son grandes lectores, juegan a

armar palabras y hasta se dan el lujo de alguna disertación

filosófica. Carlos le dice a Miguel, su compañero:

"Este juego sólo aburre a los analfabetos".

Miguel le responde: "¡Dale, Borges! Si yo leo más que vos".

Así, el imaginario que tenemos de los militares es modificado.

Aquí son muy educados y leídos. Aquí se juega a la

identificación con ellos para remarcar el peligroso juego de identificaciones. El espectador todo el tiempo tiene que

preguntarse: ‘¿a quién estoy justificando?', Pregunta

propia de los que ampararon la dictadura, aún los

tildados de progresistas.

Loyola transcurre en la actualidad en la casa de Beatriz,

una escritora que vivió en el exilio y para la cual la

escritura resultó ser, a la vuelta de ese exilio, su escape

del dolor y su oasis. Manuel, que es periodista y cuyo

padre está desaparecido, decide hacerle una entrevista

a Beatriz acerca de sus últimas publicaciones. Con

grabador de periodista en mano, libros y una notebook

en el escritorio, Manuel indaga una y otra vez. Quiere

comprender, llegar a través de Beatriz a los ideales de

sus padres y poder discutirlos, rebelarse, como lo

necesita todo hijo, gritar su dolor. Beatriz evade las

preguntas hacia el pasado. Con la mera mención a la

palabra "militante" su mirada se pierde. Pero para

Beatriz el universo de los ´70 es inentendible para un

joven: "Para los que tienen ahora 20 años o menos,

hablar de la lucha armada de los ‘70 es como hablar

de las invasiones inglesas", dice. Pero tampoco sabe

bien qué significa hoy esa época para los de su

generación, porque es una época que quedó asociada

al terror y la represión: "hicieron un buen trabajo", agrega.

Beatriz hoy lee Claus y Lucas de la húngara Agota

Kristof. Este libro nihilista tal vez represente la figura

de lo que es hoy Beatriz, pero no de lo que fue.

Es el resabio de la siniestra vivencia que le tocó vivir.

Con una muy buena dirección de actores, el exquisito

elenco está integrado por Béla Arnau, Fiorella Cominetti,

Emiliano Díaz, Pablo Di Croce, Adriana Genta,

Gabi Saidón y Santiago Schefer, que delinean con precisión, profundidad y entrega a los personajes en cuestión.

Torres Molina dice con justeza sobre su concepción

del espectáculo que el objetivo final es presentar

escénicamente una serie de estímulos, asociaciones,

multiplicaciones de sentido, deslizamientos que

establezcan un recorte de este singular trauma que,

aún hoy, convive con nosotros en nuestra cotidianeidad,

especialmente en nuestros cuerpos y sueños.

Crítica de Mutis por el foro - Misael A. Scher

MUTIS X EL FORO (Revista de Teatro)

Mayo /Junio 2010

Fui a ver ESA EXTRAÑA FORMA DE PASIÓN

Dramaturgia y Dirección: Susana Torres Molina

El Camarín de las Musas.

Sáb: 22 hs, Dom 19 hs.

¿Cómo hablar de un tema tan en boga como la última dictadura y hacer una lectura diferente y conmovedora, original y angustiante? La verdad es que no sabría cómo hacerlo. Por suerte está Susana Torres Molina y me saca del embrollo de la pregunta inicial. Se trata de una obra que logra correrse del lugar común. Es más, logra que nada de lo que un piense suene como común. En tiempos donde todo pasa por una línea divisoria y si decís A estás en contra de B, encontrarse con una reflexión sincera y contradictoria sobre un tema tan nuestro como los 70’s es un alivio. El alivio de estar obligado a pensar una idea propia.

Misael A. Scher

Crítica Nueva Sión - Mayo 2010


NUEVA SION/MAYO 2010

TEATRO

“Esa extraña forma de pasión” de Susana Torres Molina

UNA ESPECIALIDAD QUE MULTIPLICA MIRADAS

POR RICARDO FEIERSTEIN

Una de las mayores dificultades que enfrenta un arquitecto ante sus comitentes consiste en transmitir, con lenguaje verbal, la riqueza espacial que ha imaginado para el proyecto solicitado. Maquetas o perspectivas seguramente ayudan pero, en casos como la puesta teatral que da origen a esta nota, solo puede recurrirse a las palabras y a la imaginación del lector.

El (virtual) escenario es ancho y muy alargado, por toda la extensión de la sala. Frente al mismo se ubican los 50 o 60 espectadores que ingresan por función, también forma longitudinal. A su vez, el tablado esta dividido en tres partes, sin limites entre ellas y con estenografías diferenciadas: la pieza de un hotel-alojamiento donde se oculta una pareja de guerrilleros a punto de ser apresados (Situación Los Tilos”, finales de los ’70), una oficina amueblada en la que conviven una militante presa y dos de sus captores (Situación Sunset”, un año mas tarde) y el living de una exitosa escritora que acaba de publicar su nuevo libro y es entrevistada por un periodista (Situación Loyola, época actual).

Acción y diálogos saltan alternadamente de una a otra trama pero, de manera singular, personajes de cada relato pueden circular por otros tiempos y territorios o cruzar los bordes de las diferentes acciones, como si fueran partes de un único organismo. El origen de esta obra, como señaló la autora en un reportaje, fueron tres cuentos diferenciados, cuya unión y combinación en el espacio –a través de un montaje audiovisual- provoca una explosión de resignificaciones en el entramado que sobrevuela “esa extraña forma de pasión” que fueron los años ’70 argentinos.

LOS TRES ESPACIOS

No revelara la totalidad del argumento saber que en el Espacio 1 la pareja de compañeros combatientes (hasta entonces dos desconocidos) discutirán por el sentido de una contraofensiva (montonera) ordenada por los dirigentes, que los esta aniquilando como moscas, algo que la muchacha se niega a seguir aceptando. En el Espacio 2, claramente el campo de concentración de la ESMA, un par de marinos se divierten con una detenida judía, que ha decidido colaborar para tratar de salvar su vida. Nunca se aclaran los límites de esa sumisión: ella clasifica fichas de libros confiscados en bibliotecas de los secuestradores y mantiene una relación sexual con uno de sus torturadores, mientras el segundo pretende compartir también esa situación. En el Espacio 3, mientras tanto, un periodista entrevista a la escritora –una detenida-desaparecida sobreviviente-, que se niega a hablar de su pasado e insiste en contestar hacia delante sobre temas literarios cuando, en realidad, quien la reportea es hijo de uno de sus antiguos compañeros y pretende averiguar datos sobre ese padre que nunca conoció y que murió detrás de una fantasía absurda, según su punto de vista.

La estructura fragmentaria de la obra plantea mas interrogantes que respuestas: desplazamientos, asociaciones, multiplicaciones de sentido, para deconstruir una perpestiva distinta de aquellos años terribles. Cada personaje esta guiado por su propia interioridad y aun en el caso de los mas repugnantes, los torturadores extorsivos, se abren matices de cierta humanidad que los revelan como seres distintos, un punto de vista que, seguramente, provoca mas de una incomodidad en los presentes. Todo parece remitir al conocido caso de la militante montonera judía que, muerto su marido ante sus ojos, se relaciono sentimentalmente con su torturador –un oficial de la marina- y hasta el día de hoy siguen viviendo en España (historia que fue también motivo de una novela de Liliana Hecker, compañera de escuela de aquella mujer).

VERSION POLIFONICA

La realidad, entonces golpea de continuo las puertas de la imaginación teatral. Una cristalina sugerencia- quizás abusiva, porque no se explicita en ningún momento- es que los diversos espacios resumen capítulos de una misma trayectoria personal: la joven montonera del hotel-alojamiento puede ser luego la prisionera que elige entregar cuerpo y mente para sobrevivir y, al final, esa grafómana que recurre a su traumática experiencia para sublimar en letra escrita un pasado al que no quiere volver.

Si eso fuera así, completaría la lotería saber que el padre del periodista, por quien este requiere noticias, es precisamente el militante que compartió con ella la primera secuencia, que morirá en la tortura mientras su casual pareja de hotel decide colaborar y seguir viviendo. O, quizá, solo se trate de arquetipos diferenciados para la historia común a toda una generación

La originalidad formal de esta versión polifónica aporta nuevos andariveles en la transmisión de ese tiempo de horror. El testimonio se convierte en estimulo para la memoria y reflexión sobre el pasado. No abre juicios de valor sobre los protagonistas -¿Quién puede asegurar que no hablara al ser torturado o no tratara de salvar su vida?-, elude posibilidades de identificación y, con calculada ambigüedad, retoma un tema todavía poco transitado en el teatro argentino. Una forma de hacerse cargo de ese pasado, poder elaborarlo, visualizar huellas que llegan hasta la actualidad y muchos prefieren no ver.

Seria redundante mencionar la excelencia de los aspectos técnicos: escenografía, luces y sonidos que posibilitan el cuidadoso entramado de escenas, así como la convicción que entrega un elenco de actores y actrices poco conocidos, pero muy eficaces. Una puesta difícil de ver, pero al mismo tiempo necesaria.

Nota de la "Revista Sudestada" - Abril/ 2010




Susana Torres Molina,

autora y directora

teatral


Las obras de la dramaturga Susana Torres

Molina

incomodan,

movilizan al espectador a partir de su trabajo y por fuera de los

estereotipos y los lugares comunes. Ahora, con Esa extraña forma

de pasión, redobla la apuesta con una mirada profundamente

original sobre los años de Dictadura y represión.

Por Marcelo Massarino

Fotos: Mariana Berger

El tiempo es como un prisma que descompone a la historia en todos sus colores. A medida que los años transcurren, la mirada se amplía y los matices y tonos son más nítidos. Descubrimos perspectivas e intensidades que antes eran invisibles, es parte de un camino que solo se puede transitar de manera natural, sin saltear fases no tomar atajos. Tiempo y distancia, dos elementos que junto a la memoria son necesarios para reflexionar sobre el pasado, entender el presente y construir un futuro que los contenga sin reciclajes que los recorten o mutilen.

Algo mas de treinta años es un periodo considerable para la aparición de nuevos relatos, sobre la militancia de los años setenta en la Argentina, que contemplen las subjetividades de hombres y mujeres; que se refieran a los temores y los miedos; las convicciones y las delaciones; las dudas y los prejuicios; los interrogantes que abrieron aquellas certezas; las criticas por lo hecho y por lo dejado de lado desde lo afectivo. Que se refieran a las sensaciones de quienes protagonizaron esa lucha política y de los que consideran que ese pasado les quito una parte importante de su presente.

Esa extraña forma de pasión (El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, Capital Federal) es una obra de la dramaturga y directora Susana Torres Molina, quien asume desde el escenario la responsabilidad de mantener una “conciencia activa” con “un único juicio rotundo y determinante: la condena absoluta al terrorismo de Estado”. Con tres situaciones entrecruzadas, se refiere a la vida en los campos de detención ilegal y la relación entre represores y secuestrados; a la clandestinidad de los militantes y a los hijos de desaparecidos y los sobrevivientes. Cuenta con las actuaciones de Adriana Genta, Gabi Saidon, Bela Arnau, Fiorella Cominetti, Santiago Schefer, Emiliano Díaz y Pablo Di Croce.

Las razones que motivaron el texto son variadas, aunque la autora señala como disparador la lectura de un artículo en el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, que contaba como los secuestradores salían a bailar con las prisioneras durante las fiestas de Año Nuevo. De esa situación, que comprende a Carlos y Miguel –dos represores- y a Laura –una secuestrada de veinticinco años- que mantiene una relación afectiva con uno de ellos, en el marco de la supervivencia en un centro clandestino; en Los Tilos Celia y Paco, dos jóvenes militantes de una organización que decide pasar a la clandestinidad, están escondidos una noche en un hotel alojamiento; por ultimo en Loyola hay un encuentro entre Manuel –un periodista de treinta y dos años, hijo de padre desaparecido- y Beatriz –una escritora de cincuenta y siete años, quien estuvo comprometida con la lucha política y sobrevivió a la represión-. Las tres partes se fusionan en un espectáculo que es un entramado con emociones que busca la reflexión “sin apologías ni demonizaciones”.

Torres Molina tiene una extensa trayectoria en el ámbito teatral. Escribió piezas como Extraño Juguete, Y a otra cosa mariposa, Soles, Manifiesto vs. Manifiesto y Ella. Muchos de sus textos fueron traducidos al ingles, portugués, alemán y checo, como también representados en el extranjero. Además recibió distinciones en la Argentina, America Latina y Europa durante sus cuarenta años de carrera. Con esta puesta, la investigadora se aparta de la característica que tiene la mayor parte de su producción porque considera que “esta obra se refiere a un pasado muy concreto y pocas veces trabaje sobre nuestra historia, siempre fueron atemporales y existencialistas. En este caso no me interesa mantener vivo un pasado sino una reflexión presente y activa de ese pasado que esta presente en nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestro inconsciente. En ese sentido, siento que se trata de una memoria activa y presente”.

El desafío que se planteo fue “trabajar desde la subjetividad de cada personaje y sin estereotipos; saber que cada uno de los militantes fueron distintos entre si; que los represores también eran diferentes. En definitiva, que no se trata de bloques. Después de una situación tan tremenda como el terrorismo de Estado, se habla de “los militantes”, de “los héroes”, de “los represores”, como si se tratara de estructuras. Creo que paso mucho tiempo y podemos hablar desde lugares más personales e individuales. Esto fue algo conciente y me pareció que en el teatro no había un tratamiento desde ese punto de vista, aunque si en literatura que surgió en los últimos años. Se tocaban los temas cercanos a la represión mas focalizados en la apropiación de niños, como por ejemplo en Teatro por la identidad, pero siento que se lo hacia desde un lugar de blanco o negro, no desde las fisuras que tienen los grises. Hoy quería abordar la cuestión desde las singularidades, los sentimientos y las contradicciones, desde las dudas y las preguntas a partir de este pequeño y humilde recorte”.

-¿Qué repercusión busca en el espectador?

-Pretendo que el público salga con preguntas, que se interrogue, que descubra cosas que no sabia, porque no escribo para los informados o los militantes. Por ejemplo, que los represores salían con las prisioneras a comer o al cine. Busque aquello que podía ser entendido por todos desde facetas siniestras que no se conocen tanto. Hay gente que sale conmocionada y están quienes comentan que hacia tiempo no se sentían tan incómodos en el teatro, que después se quedan charlando con amigos o simplemente lloran. Es un espectáculo que te hace trabajar mientras lo ves. Esta polifonía de voces genera debate y estos temas sacuden a las personas con un mínimo de sensibilidad. ¿Quién puede juzgar a alguien que es torturado, que esta en un estado de indefensión absoluta, de extrema vulnerabilidad y, de pronto, alguien por equis motivo lo protege y le da cariño en un centro clandestino? Yo no me siento con capacidad para juzgarla ni quiero hacerlo, solo lo pongo en el escenario. Algo similar hice con los actores. Les dije que no juzguemos, que tratemos de trabajar con la complejidad que tiene la estética de la ambigüedad.

-¿En que medida el texto refleja sus opiniones e interrogantes?

-El único juicio rotundo y determinante es la condena absoluta al terrorismo de Estado. Lo demás queda expresado en diferentes facetas con sus fisuras y grietas. Los personajes en escena confrontan y se hacen preguntas, algunas de las cuales también se lleva el espectador. Por ejemplo, cuando el periodista le dice a la escritora:” ¿No fue demasiada muerte para tan poca revolución?”, y ella responde:”No se cual es la medida exacta, cuantos muertos se necesitan para una revolución”. Cuando leía y me interiorizaba sobre aquella etapa, encontré cosas que me causaron estupor y dudas que luego traslade a los personajes.

-¿Por qué aborda los setenta y la represión durante la dictadura con un relato que describe a sobrevivientes, hijos de desaparecidos, militantes y represores desde la cotidianeidad, la sensibilidad y la duda?

-Alguien que se maneja solo con certezas, sin replantearse ni dudar de la eficacia de cierta medida, sin dialogar ni discutir, va directo al desastre como ha sido toda la situación de aquellos años. Como dice la obra:”Dos heridas intentan dialogar”. Porque, de alguna manera, esta herida mi generación, la que desapareció y los hijos de los desaparecidos. Creo que para los menores de veinte años, hablar de la lucha armada es como referirse a la Invasiones Inglesas, la sienten tan lejana no solo en el tiempo sino como búsqueda, espíritu e idealismo. Y creo que es algo que no supimos transmitir, ya que el modelo que mostramos fue no poder dialogar ni sumar. Pero como no soy política sino artista, no tengo que responder a una verticalidad que me diga que tengo que hacer y decir. Entonces me informe e hice mi propia configuración.

-Los personajes de Carlos y Miguel, ambos militares de un campo de concentración, salen del modelo de represor que uno espera encontrar. ¿Por que?

-Quería mostrar que los represores no son bestias, monstruos, ni chacales, porque pertenecen a nuestra humanidad. Es muy cómodo decir que son ajenos a nosotros. Pero no, son humanos y lo terrible es que hasta tienen sentimientos, cosas con las que uno se podría identificar y, al mismo tiempo, son capaces de infringir tanto daño, dolor y crueldad. Creer que son personajes que chorrean sangre es infantil. Justamente, busque trabajar sobre militares que no están con uniforme ni que tuvieran la imagen del estereotipo, tampoco hay escenas de violencia. Y quería represores, de alguna manera, cultos. Si uno ve las películas sobre el nazismo, a ellos les gustaba ir a la opera, las pinturas y apreciaban la estética del arte con gran refinamiento y creaban campos de concentración. Cuando uno se entera que el vecino-un tipo amable-estuvo a cargo de un centro clandestino de detención, es algo que desacomodo. Y tenemos que comenzar a desacomodarnos porque si seguimos manejándonos con estereotipos nuestra mirada será siempre limitada.

Crítica Le Monde Diplomatique - El diplò 131-mayo 2010




Esa extraña forma de pasión

Por Josefina Sartora

ARTISTAS QUE VEN DONDE POCOS MIRAN

El arte argentino esta demostrando, una vez mas,

que por muy deplorable que se presente el panorama

del acontecer político y social del país, el campo

cultural es un lugar de resistencia siempre creativo,

innovador, inmune a la desesperanza y capaz de

hurgar con inteligencia en un pasado doloroso.

En un marco político y social poco estimulante la actividad teatral presenta productor de verdadero interés como Esa extraña forma de pasión, la ultima obra de la escritora Susana Torres Molina. Después de haber abordado el tema de las relaciones de pareja y cuestiones de género en varias obras literarias, Esa extraña forma… pone en escena –con la dirección de la propia autora- el tema de la militancia política y la represión durante la década del 70 en Argentina.

Torres Molina ha creado una obra inquietante por su concepción escénica: tres situaciones se desarrollan simultáneamente –aunque de a una escena por vez- en el ancho escenario, estableciéndose un complejo cruce entre ellas. Tres situaciones arquetípicas que resumen esa etapa de la historia argentina en una síntesis estilizada.

En una de ellas, a la izquierda del espectador, una pareja de militantes espera en la habitación de un hotel alojamiento que la represión militar ha convertido en un aguantadero. El, convencido, esquemático y luchador, ella, abrumada por la duda, los miedos y el conflicto personal que la hacen vacilar. Discuten justamente el nivel de compromiso de cada uno en la lucha-que se presenta casi suicida- y cuestiones de clase. En el centro, la segunda escena: una oficina donde dos represores clasifican libros –ni mas ni menos- con la asistencia de una detenida, de quien uno de ellos se ha enamorado, permitiéndole ciertas libertades y exigiéndole incluso que salga con el a comer y a bailar. El síndrome de Estocolmo queda instalado entre el represor más sensible y la mujer, que se debate entre sus ideas y la colaboración. El segundo hombre es un represor sin fisuras. En la tercera situación, que transcurre en la actualidad, se produce un dialogo entre dos generaciones. Ella es una escritora y ex combatiente que ha vivido el exilio; el un muchacho que la entrevista, hijo de un desaparecido. En realidad, la entrevista es una excusa para hablar de su propia identidad y averiguar algo sobre su padre. En el dialogo se plantea la orfandad de todo un grupo generacional y su critica a la generación anterior, acusada de priorizar la lucha por sobre los afectos familiares. En el espectador se instala la sospecha, nunca confirmada, de que la sobreviviente podría ser la misma que, en la escena de al lado, colabora con sus captores. El dialogo se transforma por momentos en un enfrentamiento violento, un cuestionamiento que la escritora quiere eludir, evitando la autocrítica ante el mas joven, aunque reconociendo la derrota.

La obra es sumamente discursiva, los diálogos se desarrollan con cruces entre las situaciones, unos haciendo eco en los otros, con resonancias mutuas. La posible lectura de que la mujer podría ser la misma persona en las tres situaciones no es fundamental, sino el modo en que la obra habla con cuidadoso respeto de temas capitales: la lucha armada; los modos de dominación; las paradojas que se generaban en los centros de detención; la búsqueda que emprenden los hijos de desaparecidos para llenar su enorme vacío; las vacilaciones y contradicciones de cada personaje, excepto en dos: el militante comprometido y su contraparte, el represor inclaudicable.

Las historias se entrecruzan, la voces también, resonando en el espectador con apelaciones a la propia memoria, generando distintas capas de sentido. En ningún momento se intenta demonizar alguna de las situaciones, sino plantear la complejidad de los problemas, sus consecuencias en etapas posteriores y su vigencia actual, como indica la permanente mirada de la escritora hacia el pasado, hacia las situaciones que están teniendo lugar a su lado y resuenan en su memoria. En un momento clave, por esclarecedor, el joven señala a la escritora y antigua militante que del otro lado de la pared hay miles de personas que sufren en el país de hoy. Y esta responde: “Ya te lo he dicho: perdimos…”.

Los años 70 revisitados

Torres Molina logra con ajustada precisión poner en escena un tema por demás delicado. En ocasiones el teatro ha abordado la revisión de la época de los años 70, la dictadura y la militancia. A ese tema dedica su obra teatral Tato Pavlovsky- con quien Torres Molina compartió el exilio en España-, desde la histórica El Señor Galíndez de 1973 hasta Potestad, hoy en escena en el Centro Cultural de la Cooperación. También en la obra de Griselda Gambaro esta temática ocupa un espacio importante. En un tono algo menor, ya es tradicional el ciclo de “Teatro por la identidad” desde la perspectiva de los hijos, pero el interés no se repite en el teatro mas comercial.

El cine, tal como ocurre en la literatura, también ha reexaminado esa época trágica en numerosas oportunidades y según distintos abordajes: desde la ficción se destaca lo mas actual, la tan mentada El secreto de sus ojos de Juan José Campanella, ganadora de un Oscar y ya vista por mas de dos millones de espectadores. Rafael Filippelli –quien ya había tratado el tema de la represión en Hay unos tipos abajo y El ausente-, preestreno en el ultimo Bafici su nueva película, Secuestro y muerte, sobre la ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu, que ya ha suscitado una fuerte polémica por su cuestionada concepción de la organización Montoneros y de la figura del militar. Por otro lado, el genero documental presenta una larga filmografía sobre el tema, desde la obra de Carlos Echeverria Juan, como si nada hubiese sucedido, hasta las historias de militantes y sus trayectorias, que pueden verse en Gaviotas blindadas del Grupo Mascaro; Papa Iván de María Inés Roque; Paco Urondo, la palabra justa de Daniel Desaloms; Trelew de Mariana Arruti; Los rubios de Albertina Carri, y otros mas.

Una nutrida cartelera

La obra de Torres Molina es uno de los tantos focos de interés de la cartelera porteña, al margen del gran circuito comercial. Sube a escena en el espacio El Camarín de las Musas, donde constituye uno de los varios espectáculos que ese lugar ofrece fuera del circuito de la calle Corrientes. Allí se trabaja a sala llena cada día, de jueves a domingos, en varias puestas y en distintos horarios. El Camarín… organiza también exposiciones de arte y funciona como espacio de encuentro. Lo mismo ocurre en otros lugares similares como el Espacio Callejón y El Kafka, por nombrar solo a los que operan en el segundo circuito de teatros.

Por el lado oficial, en medio del caos de la gestión municipal el Ministerio de Cultura de la Ciudad ha tenido el buen criterio de conservar los espacios de los Festivales creados en gestiones anteriores, que han demostrado dar buenos réditos. El año pasado el festival de teatro presento –si no lo mas consagrado- lo mas nuevo del panorama teatral internacional, y en abril tuvo lugar el tradicional Bafici –cuto equipo también tiene una experiencia de varios años- que convoca multitudes durante doce días a ver un cine infrecuente.

Como siempre, la actividad cultural argentina pone a la sociedad, que al menos en parte responde interesada y entusiasta, ante su propio espejo.

Crítica - Diario Clarín - Hernan Firpo - 30 de Abril -

La década candente

"Esa extraña forma de la pasión" La obra de Susana Torres Molina indaga en los años ´70, con artillería simbólica.

GRANDES MOMENTOS DE UNA OBRA QUE INDABA EN UN TIEMPO HISTÓRICO Y SE ALEJA MUY BIEN DE UN CRITERIO PEDAGÓGICO.

Primero gracias, porque detrás de la fachada gravosa que suponen los años setenta, esta puesta descomprime con una agilidad casi pop que nos permite escapar de la atmósfera de muerte de tres historias vinculadas a la militancias política y a la Dictadura.

En Esa extraña forma de pasión, una obra escrita y dirigida por Susana Torres Molina, se logra una distribución espacial con acciones simultáneas que cuentan: 1) lo que le pasa a una pareja en la clandestinidad de un hotel alojamiento. 2) los avatares de una militante judía en un centro de detención y 3) la entrevista de un periodista, hijo de padre desaparecido, que visita a una escritora y sobreviviente.

Todo, con un criterio de edición veloz y desenfocado, que le da al argumento un respiro. Bueno, esto si nos permitimos no discutir con el fondo y elegimos enredarnos con las formas y los modos estilísticos. Ahora, si somos esa clase de gente que sólo se deja golpear por la fuerza del discurso, la obra tiene pasajes de a ratos enfáticos, de a ratos declamatorios sobre los matices del terrorismo de Estado y la construcción de la memoria.

Decíamos que había tres historias que sobrevienen de manera fragmentada y complementaria. Es más, si no supiéramos por el programa de mano los nombres de cada uno de los personajes, podría resultar un lindo ejercicio lúdico imaginar que se trata de una misma historia contada en tres tiempos.

Dos de los tres relatos nos llevan directo al pasado. El tercero, el de la periodista y la escritora, se cuenta en presente. La que sucede a la izquierda del escenario retrata la situación de clandestinidad de los jóvenes revolucionarios, tan temerosos como temerarios. En el centro, dos integrantes de un grupo de tareas mantienen una relación extraña y neurálgica con una detenida. Quizás en la artillería simbólica, en la manera en que la autora dispuso el artificio de la transgresión, pueda estar el verdadero impacto de la obra. Como dice el texto prudente de la escritora ubicada a la extrema derecha de la escena: Es más importante lo contenido que lo que se dice. Y sí, la eficacia de lo inexplicable está muy por encima del impacto real que señalan las palabras y las cadenas de mensajes recetados.

Hay momentos súper logrados donde el teatro pedagógico y político se auto-persuade de lo remanido y prefiere alinearse saludablemente por el lado del mal. Eso pasa cuando el género falsea su esencia y nos hace desconfiar; cuando se convierte en un teatro sin escrúpulos que nos libera de las certezas y los aprendizajes. ¿Un ejemplo? La idea de desaparición que se resignifica en boca de un milico dándole un rasgo sentimental e incómodo. Los '70 siempre son espesos y la excitación, digamosló, es un mohín algo gastado por el peso mismo de la historia. Por suerte, y Torres Molina lo sabe, el movimiento se demuestra andando. «