Comentario "El cronista digital" del 29 de Abril de 2010

Teatro/ En cartel

Los "70, vistos desde otro ángulo

En "Esa extraña forma de pasión", la actriz y dramaturga

Susana Torres Molina presenta tres historias que se

entrecruzan para sintetizar y cuestionar un pasado

que se proyecta con el presente.

DANIEL SALMAN Buenos Aires

Tres situaciones en paralelo. Los libros, las palabras y

las luces que se encienden y apagan son el eje que las hilvana.

Además de la omnipresencia de los controvertidos y visitados

y revisitados años 70 en la Argentina.

En la primera historia, la única que transcurre en el presente,

una escritora es entrevistada por un joven periodista.

En la segunda, dos represores y una detenida política que

mantiene un vínculo amoroso con uno de ellos, juegan

al scrabble. En la tercera y última, un hombre y una mujer

pertenecientes a una organización armada pasan la noche

en un hotel alojamiento.

Esa extraña forma de pasión, la obra de la actriz y dramaturga

Susana Torres Molina, pretende escaparle a los maniqueísmos

y trata de construir personajes que exhiben su complejidad.

Así, el joven periodista, cuyo padre fue detenido desaparecido,

más que entrevistar, increpa a la escritora intentando

comprender ese pasado que ella misma ha decido tratar

de mantener al margen. Sólo pretende hablar de su obra

literaria, pero la situación se le escapa de las manos.

En la segunda situación, los represores, cuya tarea es clasificar

libros secuestrados, pueden comentar esos libros, jugar al scrabble,

bailar y ser galantes con la joven detenida, de la misma

manera en que pueden robar bienes materiales, torturar

y matar a destajo.

Por último, los jóvenes militantes, tan distintos y tan similares,

permanecen encerrados en el motel, sufren de los más diversos

sentimientos contrapuestos. Y aunque la pareja está lejos de

concretar el deseo por el que se acude a esos lugares, algo

parece renacer entre ellos.

Si bien las tres historias transcurren de una a la vez, se puede

ver como los personajes espían lo que sucede en la escena

de al lado, escuchan, perciben y hasta tal vez sepan lo que

le sucede al otro.

En la obra, el miedo, la desconfianza, las contracciones y hasta

el amor no distinguen escenas ni contextos socio históricos,

les pertenece a todos.

Ficha Técnica

Dramaturgia: Susana Torres Molina

Actuan: Béla Arnau, Fiorella Cominetti, Pablo Di Croce,

Emiliano Diaz, Adriana Genta, Gabi Saidón, Santiago Schefer

Diseño de luces: Santiago Botet

Realización escenográfica: Eduardo Manfredi

Prensa: Daniel Franco, Paula Simkin

Dirección: Susana Torres Molina

Teatro: El Camarín de las Musas - Mario Bravo 960

Sábados - 22:00 hs

Domingos - 19:00 hs

Critica de Silvia Urite - Periodista, crìtica teatral. Licenciada en Ciencias de la Comunicación

LUNES 19 DE ABRIL DE 2010

Esa extraña forma de pasión- Dir: Susana Torres Molina- Crítica


Esa extraña forma de pasión- Dir: Susana Torres Molina
“Tres mujeres tres pasados”- Por Silvia Sánchez Urite

Una escritora rememora su pasado frente a un periodista. Así surgen tres espacios, tres momentos de su vida: Los Tilos, Sunset y Loyola que, a modo de compaginación cinematográfica se encienden y proyectan imágenes.
La joven militante que no quiere morir, la cautiva que sufre el Síndrome de Estocolmo y la autora que es cada una de ellas.
Torres Molina plantea una fuerte confesión sobre los años de sombra de la Argentina. Plasma una visión alternativa a la heroica, comúnmente difundida. Esta mujer, encerrada, presa o víctima de sus recuerdos defiende ante todo la vida, el amor, la pasión, el Eros por sobre el Thánatos reinante.
Las tres escenas se sobreimprimen, logrando un fuerte impacto en el público. Los elementos son mínimos: una cama, un escritorio, una pc que detonan situaciones dramáticas de fuerte contenido emotivo y político.
No voy a contar lo que pasa en cada una de ellas porque ello le restaría potencia. Sólo les comento que se destacan las actuaciones de Fiorella Cominetti (Celia), Béla Arnau (Paco), Gabi Saidón (Laura), Santiago Schefer (Miguel) y Adriana Genta (Beatriz), sobresaliendo las interpretaciones femeninas, que son protagónicas.
Una obra que pone en acto lo que dice la directora en el texto: “Es más fuerte lo contenido que lo mostrado”. Sin embargo, esas escenas que tienen fuertes connotaciones llevan a otros índices que todos ya conocemos, y que la directora sabiamente prefirió no revelar. Una obra para pensar de nuevo el pasado.

ESA EXTRAÑA FORMA DE PASIÓN- DIR: SUSANA TORRES MOLINA
Elenco
Situación Sunset
Laura: Gabi Saidón
Carlos: Emiliano Díaz
Miguel: Santiago Schefer

Situación Los Tilos
Celia: Fiorella Cominetti
Paco: Béla Arnau

Situación Loyola
Beatriz: Adriana Genta
Manuel: Pablo Di Croce

Diseño espacial: STM
Escenografía: Eduardo Manfredi
Diseño de luces: Santiago Botet
Diseño Gráfico: Fabián Schisano
Asistente de Dirección: Santiago Frontera
Prensa: Simkin & Franco
Producción: Sonia Caligo/ extrañapasión
Dirección General: Susana Torres Molina

Funciones: Sábados a las 22 y Domingos a las 19 en
El Camarín de las Musas- Mario Bravo 960
Reservas: 4862- 0655
Localidades: $ 40

Contacto:
esaformadepasion@hotmail.com
www.esaextraniaformadepasion.blogspot.com

Revista Radar 4 de Abril

DOMINGO, 4 DE ABRIL DE 2010

ENTREVISTA > LOS AÑOS ’70 SEGUN EL TEATRO DE SUSANA TORRES MOLINA

CINCO COSAS HAY EN LA VIDA

Fue una de las actrices que surgió de esa ebullición cultural que fueron los años ’60 porteños y el Instituto Di Tella. Poco después, descubrió su vocación y se convirtió en una de las dramaturgas más relevantes del país. Su breve exilio en Madrid, que atravesó junto a Tato Pavlovsky –por entonces su pareja– y a amigos como Norma Aleandro y Tina Serrano, la encontró en medio del destape español y con sus primeras armas como cineasta. Ahora, Susana Torres Molina se decidió a poner en escena su mirada sobre los años ’70 en una pieza teatral. Y es una mirada incómoda y cuestionadora que reconoce la vigencia absoluta del pasado en el presente.

Por Juan Pablo Bertazza

En Esa extraña forma de pasión, la obra sobre los años ’70 que, actualmente, tiene en cartel la dramaturga Susana Torres Molina, hay un lugar de privilegio (o no tanto) para el juego del Scrabble: dos represores que se dedican a clasificar libros se entretienen, en sus ratos libres, jugando a cruzar palabritas. Esa es una de las tres historias que pone en juego la obra: en el centro de la escena la historia de un amor cruzado entre uno de esos represores y una detenida judía. A la izquierda, una pareja que en realidad no es pareja pasa la noche en un hotel alojamiento por miedo a que los atrapen y se pasan la noche hablando de sus miedos y de sus luchas mientras algo parece nacer entre ellos. A la derecha, y más acá en el tiempo, una escritora que sobrevivió a un campo de concentración es entrevistada por un joven menos interesado en su obra que en la posibilidad de que ella le dé información acerca de su padre desaparecido. Tres historias que, como las palabras cruzadas del Scrabble y el propio discurso de Susana Torres Molina, terminan uniéndose en algún punto, en alguna letra. En cinco palabras clave podría resumirse, de hecho, lo que ella fue contando a lo largo de esta entrevista. Cinco palabras que, al cruzarse, van formando nuevos sentidos: Teatro, Pasión, Exilio, Familia y Casualidad.

CASUALIDAD

Los comienzos artísticos de Susana Torres Molina tienen que ver con esas casualidades que no lo son tanto, esas casualidades motivadas y esperadas, las casualidades de quienes tienen la virtud de estar en el lugar y en el momento indicados: “Había ido a ver con una amiga Libertad y otras intoxicaciones en el Di Tella, una obra dirigida por Mario Trejo. No había personajes, los actores hacían de sí mismos, había un francés, un inglés, un obrero metalúrgico y pintores, era una mezcla muy interesante. Cuando terminó la función quedé impactada y fui a una fiesta con todos ellos. Ahí me enteré de que él necesitaba una actriz; empezó a tantear entre los invitados y yo, que ni siquiera estudiaba teatro, quedé. A los dos días estaba trabajando en el Di Tella, formando parte, sin buscarlo, de esa ebullición cultural que se dio en los ‘60. Después se armó Señor Frankenstein, también con un grupo muy heterogéneo de psicoanalistas, obreros, poetas y actores. Estábamos todos sentados con el brazo extendido, hasta que aparecía un psiquiatra y poeta que pasaba con una jeringa y elegía a uno, al que le ataba la soguita de goma y le sacaba sangre, pero de verdad. Entonces todos nos incorporábamos, yo tenía una camisa blanca y de pronto él me desparramaba toda la sangre y así empezaba el espectáculo. Eran situaciones muy potentes, muy catárticas, no sabíamos cuánto iba a durar cada función. Por eso da un poco de risa ver algunas escenas de ahora supuestamente arriesgadas; porque, en comparación con lo que hacíamos en los ‘60, muchas de las cosas de ahora parecen un juego de niños. Recién cuando se termina toda esa etapa y cierra el Di Tella, me pongo a estudiar teatro”.

TEATRO

Siguiendo el hilo de casualidades o causalidades, una vez que Susana Torres Molina empieza a estudiar teatro con el objetivo de ser actriz, y luego de haber actuado durante dos años bajo las órdenes de Mario Trejo, da con su rol de dramaturga, y en este caso la casualidad se vuelve algo necesario, casi, casi lo que tenía que suceder: “Cuando empecé a estudiar teatro con Beatriz Matar, que fue mi maestra, teníamos que escribir algunas escenas y a mí me salían muy fluidamente, entonces mis compañeros me pedían que escribiera también para ellos. Así, casi sin darme cuenta, fui descubriendo mi vocación de dramaturga. La primera obra que sentí que podía ser representada fue Extraño juguete, donde actuó Beatriz Matar, y a su vez yo fui protagonista de El baño de los pájaros, la primera obra que dirigió. Así que ése fue un cierre de ciclo muy interesante. Yo tuve un comienzo muy privilegiado: el personaje de Extraño juguete lo escribí para Tato Pavlovsky que, por ese entonces, era mi pareja –él siempre dice que fue uno de los personajes que más le gustó hacer– y lo dirigió Lito Cruz.

¿No te da la impresión de que los dramaturgos son casi ignorados, como si su reconocimiento estuviera demasiado lejos de, por ejemplo, un novelista con la misma trayectoria?

Sí, el dramaturgo es como el guionista de televisión, una mezcla de piedra fundacional y fundamental de un proyecto y, al mismo tiempo, sombra de ese proyecto: si su obra es un éxito, el mérito es de los actores, pero si es un fracaso la culpa es de los libros. Quizás hay más reconocimiento cuando, además, dirigís la obra, pero si esa obra la representan estrellas mediáticas, ahí ni siquiera te nombran, no te convocan. Es así, le debe pasar incluso a Tito Cossa o a Griselda Gambaro: la mayoría de la gente debe decir ¿quién es esa señora? Son las leyes de lo mediático. Lo sé porque hice en la tele algunos espectaculares para Soledad Silveyra y otras cosas que no llegaron a salir porque la estrella se peleaba con el productor, y quedabas a la deriva. Por eso lo que más me gusta es el cine, mundo al que ingresé durante mis años de exilio.

EXILIO

El del exilio parece ser el casillero central, el corazón del tablero de las palabras y la vida de Susana Torres Molina. Como si se tratara del centro del que salen dirigidas todas las alternativas de su destino, en él se entrecruzan sus grandes temas, sus grandes pasiones, cada una de las palabras clave. Incluso, la familia, ya que la decisión de irse del país la tomó junto a Tato Pavlovsky quien, en ese entonces, era su pareja y con el que tiene un hijo, luego de que un grupo comando entrara a destruir su casa: “Nunca voy a olvidar la sensación de ver a mis hijos encañonados. Tato zafó de milagro porque él hacía una actividad de más riesgo que yo, estaba mucho más expuesto. Entonces, justo cuando empezaba el Mundial, nos tuvimos que ir. La adrenalina recién empezó a ceder cuando despegó el avión: lo peor fue en Ezeiza, llegar, mostrar los documentos, la espera y subir al avión sabiendo que era muy posible que aparecieran a bordo para sacar a la gente. Recién cuando el avión despegó con destino a Madrid juré que todo lo que pasara de ahí en adelante lo tomaría como una segunda oportunidad. Además, allá se estaba viviendo el destape: películas que nunca se habían visto, literatura que venía de estar prohibida, gente que se reunía en la calle. Me estimuló mucho la creatividad: estudié teatro, escribí un libro de cuentos. La verdad es que yo no extrañaba; es más, me volví por Tato, de no haber sido por él me hubiera quedado”.

Más allá de tu caso, ¿cómo recordás que atravesaban el exilio las personas que conocías?

Norma Aleandro, por ejemplo, padeció mucho el exilio, ella dirigió en España mi obra Extraño juguete y hacerlo fue lo primero que la motivó a ponerse en acción, no la estaba pasando bien. Entonces armamos un lindo grupo con ella, Zulema Katz y Tato: había argentinos que la estaban pasando muy mal porque extrañaban muchísimo. Tato, por ejemplo, apenas le avisaron que podía volver, estaba sacando los pasajes. Después está el grupo de gente que nunca volvió y a los que les fue muy bien, mucho mejor de lo que les iba cuando estaban acá: las dos escuelas más importantes de teatro de allá son las de Juan Carlos Corazza y Cristina Rota, dos escuelas monumentales.

¿Y cómo fue que te vinculaste al cine?

Cuando estaba en Madrid estudiaba cine con Gerardo Vallejo y el trabajo final había que hacerlo en Súper 8. Yo había escrito Lina y Tina, un guión sobre las actrices argentinas en exilio, puntualmente sobre Tina Serrano y Lina De Simona. Cuando leyeron el guión me dijeron que había que hacerlo en 16 pero cuando fui a comprar no había y, como se acercaba la fecha límite, Gerardo me dijo ‘mandate a 35’, y él se ofreció a hacer la cámara. Todo se cumplió a la perfección. La película ganó en el festival de Valladolid y el Ministerio de Cultura la declaró mejor corto del año 1980, por lo que me daban plata para seguir filmando, aunque para ese entonces ya había vuelto a Buenos Aires. Mi mitología personal es que si me hubiera quedado en Madrid hubiera sido directora de cine. Acá la industria del cine me asusta, hacer teatro implica valores económicos ínfimos: cuando me puse a ensayar Esa extraña forma de pasión, tanto los asistentes como los actores y yo pusimos plata para pagarnos la sala; ahora nos salió un subsidio, pero lo vamos a cobrar dentro de un tiempo. De todas formas, estoy pensando en retomar la asignatura pendiente del cine, nunca me rechazaron un guión. Incluso me gustaría hacer una película basada en Esa extraña forma de pasión.

PASION

No es fácil ver Esa extraña forma de pasión. Tal como se propuso su autora, se trata de una obra que incomoda, que genera sensaciones encontradas, muy encontradas. El mismo encierro de la sala en que tiene lugar la obra empieza a generar una especie de asfixia de la que se aprovechan estas tres historias sobre los ’70 que nunca caen en facilismos ni lugares comunes, una obra in crescendo a la que es posible que el espectador se asome con ciertas dudas (¡otra ficción sobre los ’70!) y seguramente salga sin poder pensar, al menos durante un tiempo, en otra cosa. Sobre todo porque cada una de las tres historias que transcurren de a una a la vez –los militantes refugiados en un hotel alojamiento, la detenida que tiene un vínculo amoroso con uno de los represores y la escritora que analiza pero a la vez evita responder algunas preguntas sobre el pasado– se van relacionando entre sí y no sólo por el argumento: a pesar de que están en espacios y tiempo distintos, los personajes de cada una de las historias suelen mirarse entre sí, perciben lo que hablan los otros, escuchan, preocupan y se preocupan, infunden y sienten miedo. “Quería salir de lo trillado, de las categorías blanco y negro, y trabajar la estética de la ambigüedad. Porque es muy cómodo decir el mal es ajeno y los represores son malos, hay que aceptar que ellos son parte de la sociedad, una sociedad que en cierta forma propició y es responsable de su aparición, hay que aceptar que el mal está dentro de nosotros también porque alejarlo es suponer que esas situaciones son extraordinarias cuando, en realidad, suceden todo el tiempo. Es verdad, ya no hay centros clandestinos de detención, pero sí hay todavía mucha gente a la que le gustaría que volvieran a estar, además de situaciones como la de las esclavas sexuales que pierden absolutamente todos sus derechos. Es verdad que hice a los represores más educados de lo que son según el imaginario, serían más los marinos que los militares, me pareció interesante que uno de ellos pudiera decir que Cuentos del Artico de Jack London cuenta situaciones tremendas –hambre, frío, soledad, ‘no podés dejar de identificarte’–, al mismo tiempo que se pregunta cosas sobre los libros que nosotros también nos podemos preguntar: ‘¿qué necesidad hay de leer tantos libros?, ¿qué puede encontrarse ahí que no se encuentre en la vida?, ¿se necesitan tantos libros para entendernos a nosotros mismos? Si todos queremos lo mismo, que nuestros hijos se sientan orgullosos’. Es perturbador identificarse con ellos porque eso muestra que los represores pueden ser buenos padres, buenos maridos y, al mismo tiempo, tremendos torturadores”.

¿Con cuál de las tres mujeres de la obra te ves más identificada?

Me veo más identificada con la escritora, aunque no soy sobreviviente ni milité en ninguna organización armada, pero me acerca a ella esto de poder unir distintas historias y reflexionar sobre el pasado. Yo no quería que ni ella ni la prisionera tomaran actitudes de víctima o de sometimiento. Me puedo identificar con todos los personajes; no, con los represores es difícil, pero quise no mostrarlos tan ajenos y, al mismo tiempo, presento algunos cuestionamientos a la conducción de Montoneros que mandaba algunas órdenes autistas y kamikazes como las contraofensivas. Lo que más impresiona a los espectadores es algo que en verdad sucedió y que a mí me consta: los represores las llevaban a algunas de las detenidas a comer y a bailar, e incluso pasaban el fin de semana junto a su familia.

FAMILIA

La familia, con el tiempo, se volvió un tema insoslayable a la hora de hablar sobre los desaparecidos. Las distintas agrupaciones que luchan por la justicia suelen consolidarse en relación con un parentesco: madres, abuelas, hijos y padres. Al mismo tiempo, es indiscutible que una de las nefastas consecuencias de la última dictadura fue la disolución familiar, en un sentido literal, pero también en cierto sentido simbólico por la separación que esa época generó y sigue generando en algunas familias, como es el caso, incluso, de Susana Torres Molina, quien decidió encarar este tema complejísimo porque sentía que, a diferencia de la literatura y el cine, el teatro no lo había trabajado lo suficiente: “En los últimos años vi muchas obras que hablaban de la complejidad del nazismo, como si con eso ya se estuviera hablando de lo que sucedió acá, y está bien, ¿pero por qué no hablar directamente? También me parece una muy buena propuesta lo que hace Teatro X la Identidad, muy focalizado en la recuperación de chicos. Capaz que a los más jóvenes no les interesa lo político, excepto que sean hijos de desaparecidos. Lo que sí noto es que las familias y los vínculos disfuncionales ocuparon un primer plano, como si se hubiera hecho ese recorte. De nuestra generación el que más trabajó la temática de los ’70 es Tato, un modelo que yo tengo porque él habla de lo siniestro desde lo siniestro como sucede en Potestad, que te provoca y te incita a identificarte con el otro, que después se expone como el mal.

¿Cuándo te decidiste a tratar el tema?

No estaba dentro de mis planes hacerlo, pero hay algo que se va configurando sin que uno sepa bien por qué: leés una noticia en el diario que te impacta mucho, la recortás y después eso te lleva a leer un libro, y después otro, y empezás a prestarles atención a ciertas personas y a preguntarles a amigos que militaron a los que nunca antes les habías preguntado nada, y así vas reuniendo la información hasta que, en determinado momento, de la imagen pasás al acto y escribís, yo no dejo en general cosas por el camino, cuando me quiero acordar, ya estoy embarcada. Tal vez tenga que ver con las relaciones de reciprocidad entre el pasado y el presente, la dictadura sigue latente, sobre todo porque hay muchas situaciones no resueltas: represores sin juzgar, nietos sin aparecer. Además, no todo el mundo está de acuerdo en mantener presente la memoria, en una misma familia siempre están los que dicen “demos vuelta la hoja, esto fue una guerra”. Sin ir más lejos, hace poco, apareció en una revista la lista del comando 601, el comando de inteligencia que estaba en Callao y Viamonte: además del Ejército había cuatro mil colaboradores civiles. Entre ellos, encontré a un primo hermano mío. Nunca tuve mucha relación con él. Pero no sé hasta qué punto no tuvo que ver con mi exilio.


Crítica de Mundo Teatral

El pasado no pisado

Por Silvia Sánchez

Susana Torres Molina arremete con una problemática que no deja de retornar: los setenta y la lucha revolucionaria.

Cierta mirada acerca de los setenta alejada del lugar común, parece asomarse en los últimos tiempos en la escena teatral porteña. Emparentada con cierta “estética pavlovskyana” -por llamarla de alguna manera- la misma intenta contemplar la complejidad tanto de las víctimas como de los victimarios, a la vez que bucea sobre las subjetividades en juego sin el afán de impartir lecciones sino más bien, con el deseo de que sea el espectador el que arme el sentido último.

Con Esa extraña forma de pasión, Susana Torres Molina camina por esa dirección. En la puesta que se presenta en El camarín de las musas, la dramaturga y directora plantea tres imágenes que si bien difieren en el tiempo, acuerdan en una problemática: los años setenta y la lucha revolucionaria.

En la primera de las imágenes, Molina traza el derrotero de una pareja de militantes que pasa la noche en un hotel alojamiento porque la clandestinidad así lo requiere. A la ferviente convicción de él, la autora opone la duda de su compañera y allí, en ese “entre”, el espectador oscila sin verdades emitidas desde la escena, reconfigurando ciertos tópicos a la luz de lo que ve sobre el escenario y de lo que el tiempo implicó.

En la segunda imagen, dos torturadores dibujan la “cotidianeidad” del acto de torturar. El cuadro se completa con una prisionera judía, enamorada de uno de ellos.

Por último, una tercera imagen nos muestra a una escritora sobreviviente de los campos y a un joven -hijo de desaparecidos- haciéndole un reportaje. Cierto reproche de colaboracionismo, cierta resistencia a hablar del pasado y cierta mirada acerca del intelectual y su tiempo (tanto pasado como presente), inundan la escena.

Si bien las tres escenas son independientes entre sí, dialogan no solo por la problemática sino también, por el sentido abierto que plantean aunque también, uno podría leer las dos primeras imágenes (ambientadas en el pasado) como frutos de la tercera, es decir, productos del pensamiento de la escritora ya que es la única que está en tiempo presente, nunca abandona la escena y sobre todo, escribe -literalmente- historias del pasado.

Independientemente de la lectura, los frescos de Molina apuntan a la reflexión sobre el pasado a partir de las dudas, los fracasos y las culpas. Un pasado que además, está acechando todo el tiempo pese a los discursos que lo quieren lejos, muerto y sepultado.

La puesta privilegia el color rojo en la escena de los militantes y la escritora y el negro en la escena de los torturadores, acaso dejando entrever -porque no- alguna declaración de principios, máxime si se tiene en cuenta que de lo que se está hablando es de la pasión.

Los libros devienen el objeto que articula toda la puesta: los que aparecen borroneados ya desde el programa de mano, los que albergan consignas como los de la joven militante, los de la escritora o los que, tirados en el piso, son la carta de triunfo de los torturadores.

Hablar de los setenta suele ser una empresa muy riesgosa. Pocos discursos pueden alejarse de la vocación de ser respuesta. Muy pocos, pueden construir nuevos entramados de sentido (a propósito, una muy buena lectura fue la que hace un tiempo atrás, Lola Arias enarboló con Mi vida después, pieza que aunque -salvando las diferencias- también posaba su mirada actual sobre ese pasado tan controvertido). Esa extraña forma de pasión intenta eso y además, lo que parece costarle tanto a los argentinos: la reflexión, la posibilidad de la revisión más allá de los fanatismos.

Comentario de la obra - Jorge Dubatti, crítico teatral e historiador argentino.


Como es constante en su teatro, en "Esa extraña forma de pasión" Susana Torres
Molina focaliza aquellas zonas traumáticas, complejas, irresueltas de la realidad argentina que la sociedad nacional no quiere ver, pretende negar y, consciente o inconscientemente, rechaza y convierte en tabú. "Esa extraña forma de pasión" obliga a mirar lo que no se ve: regresa sobre los años setenta, la "década de la violencia y el horror", de la que muchos preferirían no volver a hablar y olvidar para siempre, y con el gesto inconformista de develamiento crítico que caracteriza toda su obra, vuelve a pensar la militancia de los setenta -hoy estigmatizada y aplastada de silencio-, vuelve a pensar la aberración de la subjetividad de los represores -que algunos sectores sociales y medios masivos hoy intentan en vano trivializar-, muestra la persecución a los sobrevivientes, la continuidad del miedo, el silencio y el dolor, el duelo imposible. Señala la herida abierta en el cuerpo que se pretende intacto. Y por sobre todo, dice lo más importante: que después de la dictadura, la Argentina ya no puede ni podrá ser la misma. "Esa extraña forma de pasión" conmueve, inquieta, incomoda y obliga a pensar en el país desde el recuerdo de la militancia y la represión. Torres Molina se vale del teatro como dispositivo para activar la memoria social, como tábano socrático que estimula la búsqueda de una redefinición de la Argentina, como comunidad de sentido y destino, en ocasión del Bicentenario.

JORGE DUBATTI

Comentario de la obra - Tato Pavlovsky, dramaturgo.

La obra de Susana Torres Molina es una obra que marca la profunda ambigüedad por la que han atravesado los represores, los reprimidos en un momento de nuestra historia. Reconfortante por su antibanalidad y por la búsqueda de la humanidad de víctimas y victimarios. Una cosa es juzgar y otra cosa es profundizar los recovecos de lo siniestro y sus pactos de sobrevivencia. Hay que verla.

TATO PAVLOVSKY

Comentario de la obra de Luis Kon - Abogado - Ex Defensor de presos políticos


Intentar una revisión crítica de la década del 70, que reflejando los contradictorios rasgos de un ser humano en situaciones límite, perfile las figuras de los militantes de esas epopeyas y los despoje de una descripción idealizada, que bajo el pretexto de exaltar su heroísmo los deja librado a los archivos de relatos escolares cargados de escepticismo y aridez, es una tarea cargada de dificultades.

La obra de Susana Torres Molina, ESA EXTRAÑA FORMA DE PASION, forma parte de esos intentos.

Interesante y sólida manera de plasmar en una fórmula teatral, una mirada novedosa, provocadora y abierta para un debate, sobre las variables que el desarrollo de la lucha armada, generó en la década del 70 el carril medular por donde circuló, para respaldarlo o impugnarlo, uno de los proyectos políticos más ambiciosos que se propuso transformar nuestra sociedad.

Su fracaso, hizo de los perdedores una combinación de héroes y víctimas, sin otros matices que exteriorizaran rasgos mucho más corrientes y humanos, indagando en los padecimientos que atravesaron.

En tres planos simultáneos la puesta enlaza varias situaciones demostrativas de este doloroso fenómeno.

Un militante encerrado en el dogmatismo que lo sostiene bajo esos mecanismos acríticos que tanto el ERP como MONTONEROS fomentaron para articular una suerte de revolucionario profesional que digería todo ya pensado por las direcciones, hasta el punto de descartar apriorísticamente cualquier duda sobre el futuro que se avecinaba o el presente que lo perturbaba. Sin domicilio ni aguantadero que lo proteja, se refugia en un hotel alojamiento donde no le piden documentos, con otra militante que ya ha sido ganada por el principio de realidad y se plantea abandonar la organización.

Una militante cooptada por la Marina a través de dos oficiales que se la disputan como amante y la participan de experiencias tan perversas como llevarla a cenar afuera en Navidad o permitirle hablar telefónicamente con sus padres para dar pruebas de vida.

Una sobreviviente cuya salvación provoca sospechas en el hijo de un desaparecido que quiere una explicación sobre los motivos por los cuales su padre murió y la mujer no.

Uno preferiría pensar que la dramaturgia podría aclarar que se trata de situaciones imaginarias y que cualquier similitud con la realidad, es pura casualidad, como rezaban las tradicionales apostillas de antaño.

La tragedia es que no y que todo esto pasó. Y que puede dejarse atrás el silencio honrando a todos y cada uno de los que formaron parte de estas gestas, reconociéndolos con las mismas virtudes y vicios que los llevaron a esos desenlaces que se muestran en el escenario.

En esto la obra tiene un mérito inmenso porque con recursos que parecen simples, se interna en un terreno tan denso y complejo, que a varios días de haberla visto, todavía sigo registrando pensamientos y sensaciones que me tocaron mientras estaba allí.

No es para disfrutar porque sería un verbo descolocado en ese contexto, pero si para pensar y sentir.

Comentario de la obra - Cecilia Hopkins - Pagina 12


No es tan frecuente que lo que me dice un director en una entrevista aparezca tan claramente en el espectáculo, cuando lo veo. Absolutamente, ésta es una obra concebida para recordar, pensar y hacer recordar y pensar.

Cecilia Hopkins.


Comentario de la obra - Julia Elena Sagaseta - Directora del Instituto de Investigación en Teatro del Departamento de Artes Dramáticas (IUNA).

Esa extraña forma de pasión es una obra valiente. El teatro, arte vivo, en el que los hechos escénicos no son sólo contemplados por los espectadores sino también vividos con los actores, es un desafío para el tratamiento de ciertos temas. Susana Torres Molina se atreve a introducirse en una zona dolorosa, difícil, de nuestro pasado reciente y mostrarla en tres momentos diferentes. Esas instancias se presentan, escénicamente, en forma paralela y son todas situaciones extremas.

En una de ellas, dos integrantes de un movimiento guerrillero están acosados, escondiéndose, y por lo tanto, desconfiando de todo. El hombre se siente convencido de lo que hace, la mujer se encuentra llena de dudas y quiere apartarse. En otra situación paralela la escena es una oficina en un campo de concentración. Allí trabaja una prisionera de la que está enamorado uno de los oficiales y a la que pretende otro. La prisionera está en una doble trampa: la del campo y la de los afectos que suscita. La tercera situación transcurre en la actualidad: una escritora exitosa, ex prisionera de un campo, ex militante, recibe la visita de un joven hijo de padre desaparecido que la interroga de distintas manera. Algo básico lo mueve: ¿por qué esta mujer está viva y su padre no? ¿qué hizo ella que la salvó? ¿por qué su padre eligió esa experiencia sabiendo que él venía y no hizo lo posible para vivir con él? ¿qué era eso tan grande que lo movía?

El tema de la represión y los desaparecidos no ha sido planteado de esta manera en nuestro teatro. Torres Molina coloca la cuestión de la utopía y la forma de entender la reivindicación social en generaciones y tiempos distintos. El guerrillero escondido con la compañera de militancia desarrolla sus ideales y los defiende con firmeza cuando ella empieza a flaquear. No se trata de decir que es tarde, que ambos están en peligro, la defensa es más auténtica y profunda. La prisionera cae en algunas trampas y lucha como puede por su vida contra sus crueles guardianes. La escritora es cuestionada por el joven sobre su pasado y se defiende ¿alguien puede juzgar sobre el dolor y el sufrimiento?

En una puesta minimalista, Susana Torres Molina ha hecho una excelente dirección de actores en una propuesta que exige adentrarse y distanciarse de los personajes. Cuando se realiza una escena los otros actores observan y esto puede crear diferentes relatos: ¿cuando la escritora mira a la cautiva o a la joven guerrillera que quiere irse es a ella en el pasado a quien está contemplando? ¿cuando los represores se paran junto a la pareja que se esconde son los actores deteniendo su labor o los militares prontos a entrar y apresarlos?

Los intérpretes se adentran en la propuesta y realizan una actuación muy lograda.

A más de treinta años de los acontecimientos es bueno que la escena discuta estos hechos y en la desangelada época posmoderna es acertado también que se recorra un momento en el que, aún con errores, se creía en las utopías.

Julia Elena Sagaseta.

Comentario de la obra de Mabel Loshiavo - Crítica de teatro y espectáculos

MARTES 30 DE MARZO DE 2010

ESA EXTRAÑA FORMA DE PASION


“ESA EXTRAÑA FORMA DE PASION”
de Susana Torres Molina
Teatro: El camarín de las musas Mario Bravo 960
Funciones: Sábados 22hs. Domingos 19 hs.
Elenco: Gabi Saidón, Emiliano Díaz y Santiago Schefer (situación Sunset).
Fiorella Cominetti, Béla Arnau (situación Los Tilos).
Adriana Genta, Pablo di Croce (situación Loyola).

Susana torres Molina se atreve a revisar, investigar y acercarnos un pasado reciente, desempolvar el arcón de la memoria y entrar en la historia de finales de los años setenta en nuestro país. Década todavía borrosa por la falta de tratamiento e información, sin abrir juicio de valores se expone la temática de la violencia política en esos años a través de tres situaciones posibles. Tres historias que obran como disparadores, movilizan y se proyectan en una gama infinita de posibilidades en cuanto a lo que pudo ser la acción de unos y otros protagonistas, militantes y represores, llevados por la pasión de sus propósitos.
La primera situación, “los Tilos”, es la de una pareja de militantes que para protegerse se refugian en un hotel alojamiento, reflexionan sobre su accionar y el de la cúpula, y como sostenerse ante el peligro sin claudicar.
La segunda situación, “sunset”, plantea la relación de una militante judía, amante de uno de sus represores y asediada por otro, negociando su libertad.
La tercera situación, “Loyola”, es la de un joven periodista que entrevista a una escritora que estuvo detenida y logro sobrevivir, en ocasión de la aparición de su último libro, aquí se plantea la dicotomía de los ideales y la opción de la muerte.
Tres situaciones expuestas para reflexionar, para entender la vulnerabilidad de los personajes y la dualidad que se les plantea en situaciones límites.
Las tres historias se desarrollan simultáneamente separadas por las distintas ambientaciones de escenografía, independientes pero cruzándose en un trasfondo común, otra cosa que las une es el tema de los libros, tal vez como metáfora de que los libros calificaban a los subversivos, era lo primero que confiscaban y lo primero que se escondía por temor al allanamiento.
Creo que la virtud de esta obra, aparte de la emoción que genera, es despertar la curiosidad por saber más, predisponer al debate y la charla adulta sobre un tema que todavía se comenta con cuidado.
MUY BUENA
Mabel Loschiavo.

Comentario de la obra de Carlos Gabetta - Escritor y Periodista



Susana y su equipo han hecho un notable trabajo. No es fácil hacer el recorte
de una realidad tan compleja como la que se vivió en Argentina en los años 70
y culminó en el golpe de Estado, sin caer en el maniqueísmo, el
sentimentalismo, las glorificaciones o condenas sin apelación. En la obra está
todo en su lugar. Hay buenos y malos, pero todos son seres humanos. Las
puesta, sencilla e impecable. Los actores excelentes todos. Obra pequeña y muy buen teatro;
o sea, doble mérito. Excelente aporte a la comprensión de esos dolorosos años argentinos.

Carlos Gabetta.

Crítica - Leedor.com - Lara Esteverena

Esa extraña forma de pasión

Por Lara Esteverena

Esa extraña forma de pasión

De Susana Torres Molina

Elenco: BÉLA ARNAU, FIORELLA COMINETTI, EMILIANO DÍAZ, PABLO DI CROCE, ADRIANA GENTA, GABI SAIDÓN, SANTIAGO SCHEFER

Dirección General: SUSANA TORRES MOLINA

En El camarín de las musas, Mario Bravo 960, Capital Federal Teléfonos: 4862-0655

Funciones: sábados 22.00 y domingos 20.30

Entrada: $40, jubilados y estudiantes $25

Un pasado que no deja de inquietar es un pasado que pervive como vacío inmodificable. O bien, es un pasado traído al presente a través del accionar de la memoria. Esa extraña forma de pasión, instala la acción en la grieta individual y colectiva, que pautó aquel ayer en la sociedad contemporánea.

La obra se compone de tres situaciones que divergen en sus coordenadas espacio-temporales, pero que aparecen sincrónicas, unidas por el eje de lo acaecido durante la última dictadura militar. Es a partir de la primera, la “situación Loyola” esbozada en el tiempo actual, que el pasado irrumpe iluminando las demás. Ubicadas a finales de los años setenta, las situaciones “sunset” y “los tilos”, presentan dos mundos maniqueos. El espectador es invitado a acompañar los miedos, tensiones y pasiones, inherentes a las víctimas y a los victimarios.

La elección de la sala longitudinal es ideal para el planteo escénico. Las tres historias son contiguas: cada una ocupa un espacio, delimitado por muebles que conforman el universo ficcional. A partir de una sintaxis casi cinematográfica, Torres Molina genera un cruce: un montaje y una relación entre las instancias que al principio parecieran no afectarse entre sí. Se presenta entonces una tríada que tiene entidad en su unidad, desarrollada por un diálogo que transita entre la fragmentación y la continuidad. Asimismo, las historias se ensamblan por el motivo de los libros. Ya en el programa de mano aparece sugerido mediante un fondo borroso, que permite entrever una biblioteca corroída por las aguas del olvido, o las llamas del recuerdo. Libros encajonados en la escenografía, libros reclutados, libros escritos, libros leídos, libros aludidos.

Es remarcable la construcción de los personajes; seres que trascienden la frontera de lo individual, para constituir lo que pudo ser la subjetividad de una época. Los actores abren el espacio de la memoria colectiva, fundiéndose con respeto en aquella etapa agobiante.

Torres Molina deja en claro que no existe la univocidad en cuanto a los sucesos de aquel pasado, ni a los recuerdos que pueda presentar. Instaura este planteo -que muchos han preferido relegar a la comodidad del olvido- permitiendo que el espectador hilvane su propia voz en medio de una gran polifonía.

Publicado en Leedor el 2-03-2010

Critica Revista 23 - Luis Mazas



Invitación al debate sobre el pasado presente.

ESA EXTRAÑA FORMA DE PASIÓN

No habrá más penas ni olvidos

Por Luis Mazas

Victimas y victimarios de los dos extremos militantes de la generación setentista, entre las tinieblas del proceso, propias y ajenas heroicidades y agachadas. Susana Torres Molina, autora y directora, reclama en Esa extraña forma de pasión el pago de viejas deudas con los desnudos y los muertos por el terrorismo de los oscuros ’70. Un friso de tres situaciones desplegadas sobre el escenario, intervenidas con técnica de cine. El espectáculo ensaya en ese formato tres situaciones de un pasado no resuelto: “Sunset”, “Los Tilos” y “Loyola”, nacidos de sendas historias propias, unidas y sesgadas por la contigüidad y el desgarro, que el drama expone por medio de un tenso “montaje de edición” por corte alternativo, recurrente y fragmentario, recompuesto en una vigorosa sucesión de continuidad.

Torres Molina urge a saldar deudas pendientes que, desde alguna arista encallecida, nos rozan aún, lateral o frontalmente. El compromiso entre militantes en la clandestinidad; la ambivalente relación entre reprimidos y represores en los también clandestinos campos de detención, la necesidad de reconstruir hoy la identidad de hijos de desaparecidos, contra la duda que pesa sobre supervivientes sospechados de traición por delación o entrega. Torres Molina deja el juego abierto a un final polifónico, pero no unánime. Instala la sospecha de lo imposible que es una neta objetividad, esa mirada única sobre un pasado acomodado entre el recuerdo ingrato y la desmemoria intencional o piadosa, el escamoteo conformista. Acaso en algunos años más, cuando ya ningún testigo contemporáneo quede, se pueda emitir sin interferencia una historia oficial, única y satisfactoria, como cualquier simplificación.

Polémica, ácida, dolorosa, aguda, Esa extraña forma de pasión funciona como despertador de la memoria activa. Formalmente es un ejercicio de estilo logrado y atractivo en su búsqueda experimental, que la autora y puestista pudiera intentar retener en formato de video, cuyo lente recupere la percepción de un observador arquetípico; su alter ego. El teatro será siempre un insuperable concierto de desconciertos, interrogantes y resonancias polifónicas, que los medios mecánicos, interactivos, multimediales, no podrán elevar sin mengua, por sobre su reflexión coral.

Comentario de la obra de Denise Najmanovich - Epistemóloga - Investigadora - Docente



“Esa extraña forma de pasión”,nos presenta un escenario múltiple y sutilmente facetado sobre un época que suele pintarse solo en blanco y negro y en trazos gruesos. El texto y la acción se mueven en un rango donde la emoción y el pensamiento pueden conjugarse, evitando la catarsis sentimental y la intelectualización, navega por aguas profundas, intensas y movedizas. La trama del tiempo en tres escenas simultáneas y, paradójicamente, sucesivas a la vez, nos va llevando en una narración no lineal, compleja y a la vez accesible, directa y de comprensión tan visceral como cerebral.
Denise Najmanovich

Comentario de la obra - Alejandro Giles - Director Teatral


Susana Torres Molina trabaja con coherencia y fuerte intención, entre su texto y su puesta; involucrándonos en un sin fin de signos cargados de información profunda, como pocas veces se presenta en nuestro teatro. Su "Extraña forma de pasión" nos acompaña sin golpes bajos ni extremas parcialidades a un despertar de conciencia, nutriéndonos de humana compasión.

Alejandro Giles

Nota de Diego Martinez de Pagina 12 - Memorias de Puerto Belgrano


Esta nota fue la imagen disparadora para escribir la primera situación dramática “Sunset” de “Esa extraña forma de pasión”

Memorias de Puerto Belgrano

Página/12

En la mayor base naval del país funcionó un centro clandestino. Treinta años después, mientras en Bahía Blanca y Punta Alta se ignora su historia, Página/12 publica por primera vez el testimonio de una sobreviviente.

Por Diego Martínez

Puerto Belgrano, anochecer del 24 de diciembre de 1976. Los guardias del centro clandestino deciden celebrar Navidad con un grupo de secuestradas. Son unos quince marinos. Hay vino abundante y vitel thonné de entrada. De fondo suena un tocadiscos a todo volumen. Las cautivas se sientan a la mesa con vendas en los ojos y grilletes en los talones. Por caridad cristiana les quitan las esposas. A medianoche los represores escuchan los petardos de Punta Alta, descorchan sidra y las obligan a bailar. Mujeres cautivas, con vendas y cadenas, obligadas a danzar con sus verdugos, soldados de la Armada Argentina que no ocultan sus carcajadas por la dificultad de sus víctimas para moverse en ese infierno. La tortura psicológica complementa a la física. Sólo dos mujeres sobrevivieron para contarlo y una murió tiempo después. La otra confiesa: “Cada Navidad me quiero morir”. Y por primera vez en treinta años acepta hacer público su testimonio.

Puerto Belgrano, a 30 kilómetros de Bahía Blanca, es el mayor asentamiento naval del país. Cuna de los conspiradores que bombardearon Plaza de Mayo en 1955, símbolo de persecución ideológica durante el último medio siglo, no parece casual que su historia permanezca inédita. A diferencia de otros emblemas del terrorismo de Estado como la ESMA (reinaugurada en Puerto Belgrano el mes pasado, ahora como E.S.A., Escuela de Suboficiales de la Armada) o la base de Mar del Plata, sobre los cuales existen infinidad de testimonios y represores identificados, nunca hasta hoy trascendió el relato de un sobreviviente de Puerto Belgrano. Tampoco la justicia parece cercana. Pese a la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de impunidad y tras una presentación de H.I.J.O.S. Capital como querellante, el juez federal Alcindo Alvarez Canale se excusó por su parentesco con un marino investigado y el conjuez Francisco Gros, elegido por el primero sin el sorteo que exige el Consejo de la Magistratura, lleva dos meses sin resolver un pedido de recusación en su contra.

En el pago chico apenas se sabe que en los días posteriores al golpe varios dirigentes peronistas fueron interrogados en el buque “9 de Julio”. Nada se conoce sobre otro barco, desmantelado, copado por ratas pero custodiado por marinos, que durante meses alojó a cautivos trasladados desde la ESMA y Mar del Plata. Mucho menos sobre el centro clandestino que funcionó en la séptima casamata (bóveda donde se guarda material bélico) de Baterías, la vecina base de los infantes de marina. Allí transcurre esta historia.

La foto de Evita

Martha Mantovani fue secuestrada en noviembre de 1976, en pleno centro bahiense, por una patota de marinos que ocultaron sus rostros con los cancanes de sus esposas. “Había caminado media cuadra desde la librería donde trabajaba cuando sentí un culatazo en la cabeza. Iba con mi hija y un muchacho, que quedaron paralizados. Me tiraron en el piso de un Falcon negro, me cubrieron con una manta y me pisotearon con borceguíes”, recuerda. Además de terror sintió risotadas y una botella de whisky que pasaba de mano en mano. Luego, capucha y media hora de viaje.

Al llegar a destino percibió un declive, una especie de cochera subterránea. “Me desnudaron y me llevaron a un corredor largo. Antes de sacarme la capucha encendieron una luz potente. Me hicieron abrir los ojos y entonces vi sobre una pared el escudo peronista, la foto de Evita y graffitis del ERP y Montoneros. Después volvieron a encapucharme, me colgaron con grilletes de los pies, cabeza abajo, y en esa posición me interrogaron durante tres horas.”

Al día siguiente reconoció la voz aterrada de Diana Diez, su compañera de trabajo en ENTEL y colaboradora de Cáritas, la otra sobreviviente de aquella Navidad. Ambas habían integrado un grupo de empleados que el año anterior había desplazado al histórico secretario de la FOETRA local. “Diana lloraba y rezaba todo el tiempo, le decían ‘la virgen’. Murió poco después de salir y declarar ante la Justicia.”

Desde el comienzo Martha supo que estaba en la base naval. “Por debajo de la venda pude ver las anclitas del escudo de la Marina de Guerra en los platos de lata, en los vasos, en los grilletes. También me dieron una ‘aspirina naval’, según leí en el sobre.” Reafirmaban su certeza las salidas al patio arbolado donde cada día se ensayaban simulacros de fusilamiento, o bien hacían parar a los secuestrados al sol hasta desvanecerse. “Era un espacio amplio, de arena gruesa, cascotitos y conchillas. Sentíamos el olor de los eucaliptos y el ruido de las hojas. Por el chillar de las gaviotas sabía que estábamos al lado del mar. Se sentía ruido de aviones, helicópteros y camiones. Pasaba un tren por la mañana y otro por la tarde.”

El edificio, dedujo pese a la capucha, tenía al menos tres niveles. “En el primero había un corredor largo. Al costado, boxes de paredes bajas, precarias, intuyo que levantadas sólo para separar a los secuestrados. Había una enfermería y, al costado de la galería, el baño químico con la ducha, una gran caja metálica que traían con un tractor. En el segundo se realizaban los interrogatorios y en el tercero se torturaba. A esa sala, donde aplicaban submarino y picana sobre un elástico de flejes, se llegaba por una escalera externa”, recuerda.

Misericordia dominical

A los caracteres comunes a la mayor parte de los centros clandestinos (secuestrados tirados en el piso, con esposas, grilletes y vendas), los represores de Baterías agregaron sus toques de distinción. Por ejemplo, la misericordia dominical: en la base de los infantes de Marina se torturaba todos los días excepto los domingos, tal vez por ser el día que la feligresía católica reserva para la misa.

Los distinguía también el esmero en confundir a los cautivos para que perdieran la noción del día, la noche y el paso del tiempo: “Al rato de dormirnos gritaban ‘a levantarse, es la mañana’. Después se reían, volvíamos a dormirnos y otra vez lo mismo. Pasaron treinta años y todavía no puedo dormir tres horas seguidas”.

Los guardias se intercambiaban los apodos para no ser reconocidos. Entre los interrogadores sobresalían Legui y Rubio, alias que ¿sólo en la ESMA? usaba Alfredo Astiz. Junto con Cacho (oficial culto con olor mezcla de perfume y tabaco fino), ambos tenían autoridad sobre el resto. Entre los torturadores se destacaban el Turco y Leona. “Los guardias eran unos quince y estaban siempre borrachos. Usaban alias como Jaime, Negro, Tierno, Laucha, García, Tornillo, Jimmy, Viejo, Pájaro y Carlitos. También iba un enfermero a limpiarnos las úlceras en los tobillos y a ponernos gotas en los ojos.”

Otra peculiaridad de Baterías fue que la música no se usaba para silenciar las torturas sino para amplificarlas. “Transmitían los gritos de los torturados por los mismos parlantes del tocadiscos, para que todos escucháramos.” La música día y noche fue una constante hasta el último día de cautiverio. “Recuerdo a los Quilapayún, a los hermanos Parra y un tema de Nino Bravo llamado ‘Libre’.” Esos discos eran parte del botín de guerra robado en la casa de Cora María Pioli, secuestrada días después de recibirse de profesora en Letras en la Universidad del Sur, aún desaparecida.

La tortura psicológica en manos de la Armada no tuvo límites, incluso con aquellos enemigos a quienes resolvieron dejar con vida. “Una mañana lluviosa que nunca voy a olvidar, un guardia leyó en voz alta los avisos fúnebres del diario y entre los fallecidos incluyó a mi padre. Nombró a toda mi familia, sabía los nombres. Cuando salí comprendí que era pura saña: mi padre estaba vivo.”