Crítica - Diario Crítica de la Argentina 17/02/2010



TEATRO/ CRÍTICA / ESA EXTRAÑA FORMA DE PASIÓN

Un tríptico de los 70

La nueva obra de Susana Torres Molina presenta tres historias distintas y

diferidas en el tiempo para referirse a la violencia política.




El calificativo de “necesario” suele usarse como premio consuelo, entregado a algún hecho artístico o discursivo al que se valora la adecuación temporal (“pasó en el momento justo”), la valentía ante el silencio (“alguien tenía que decirlo”) o la ocurrencia inédita (“si no existiera, habría que inventarlo”), méritos históricos que de todos modos no alcanzan para refrendar bondades estéticas. Aplauso a las buenas intenciones, lo indispensable debía ser hecho pero, lástima, mejor. En el caso de Esa extraña forma de pasión, escrita y dirigida por Susana Torres Molina, no sólo cumple ampliamente con esa expectativa sino que cierra de manera contundente sin “necesidad” de favores comprensivos.La obra reflexiona sobre la violencia política de los años setenta y sus consecuencias presentes a través de tres momentos posibles que –si bien cada uno podría constituirse en una pieza per se– se desarrollan frente al espectador como la unidad de un montaje cinematográfico. “Loyola”, “Los Tilos” y “Sunset” son los títulos de estas tres historias distintas y diferidas que podrían comprenderse como capítulos de un mismo personaje o no, simplemente como recortes enhebrables por las asociaciones del público. A la derecha de la platea, comienza la obra con “Loyola”: ubicada en la actualidad, Manuel (Pablo Di Croce), un joven periodista hijo de un desaparecido a quien nunca conoció, entrevista a Beatriz (Adriana Genta), una escritora prestigiosa, militante en su juventud y ex detenida por la dictadura. La excusa de la charla es la publicación del último libro pero, poco a poco, Manuel revelará su verdadera intención, la de averiguar por qué Beatriz está a salvo y, aún más, buscará una respuesta a su soledad, al porqué de revolución o muerte. “Porque era el proyecto más fascinante con el que podías soñar”, contesta Beatriz. En el extremo izquierdo, la cama de un hotel alojamiento es el ámbito para “Los Tilos”: 1978, dos jóvenes militantes, Paco (Béla Arnau) y Celia (Fiorella Cominetti); él, cerrado, desesperadamente convencido de que ésa era la misión a cumplir; ella, en cambio, duda; los dos discuten, se culpan, también se acercan, sobre todo, tienen miedo. La cúpula de Montoneros ya está en el exilio y ellos en Buenos Aires, esperando un sentido más fuerte que la voluntad. Si en Potestad, Eduardo “Tato” Pavlovsky se metió en el alma de un apropiador de bebés durante la dictadura, Torres Molina centra en “Sunset”, el cuadro que mejor despliega el complejo perfil de los personajes, un triángulo de amor siniestro pero tal vez la única forma de salvación para una mujer bella y aterrada por la tortura: Laura, “la judía”, chupada en un centro de detención (Gabi Saidón), convertida en amante de un represor (Emiliano Díaz) y deseada por otro (Santiago Schefer), tratará de sobrevivir, a pesar de todo.

Así, los tres episodios esbozados por Torres Molina remiten a un trauma que aún no tiene ni tal vez tenga respuesta. En cada espectador, quedará el camino para encontrarlo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena la descripción de esta nota, la obra es muy buena, y me gustó mucho la acrtiz de la situación Sunset, de todas formas están todos los actores en un gran nivel. Jorge Suarez.