Prensa - Critica Teatral - 30/01/2010




ESA EXTRAÑA FOMRA DE PASIÓN

Obra escrita y dirigida por
Susana Torres Molina


Es necesario que la tumultuosa década del setenta aparezca en lo escenarios. Pasaron muchísimos hechos históricos, todos ellos muy entreverados, que delinearon el rumbo histórico del país y marcaron a fuego el destino de todos los argentinos.
Porque esa época no deja fuera a nadie, ni sus contemporáneos ni las generaciones futuras quedan a salvo de su impronta. Fue demasiado fuerte lo que paso, por eso siempre se hace difícil plasmar en un hecho artístico semejante maremagnun de acontecimientos.
Susana Torres Molina en la obra
Esa extraña forma de pasión, de la que es dramaturga y directora, muestra de que modo ese tiempo atravesó y atraviesa a las personas, y lo hace de una manera en que todo (bienvenido sea) queda abierto para el debate. Porque la obra muestra el costado sentimental de un torturador al punto de transformarse en un salvador; como una sobreviviente de esa época debe rendir cuenta del porque de su supervivencia; y que militantes montoneros entraron en zonas de crisis y enajenación que les hicieron perder contacto con la realidad. Que otra cosa se puede hacer con estos temas que no sea debatir, re-pensar y por sobre todo hablar/lo.
Torres Molina, acertadamente borra temporalidades y espacios, transformando tres situaciones en un friso, en el cual sin mezclarse, por momentos se funden dando así la idea de que toda acción esta/ba encadenada a la otra. Pasado y presente conviven, se miran, se interrogan, aun sin entenderse.
La pieza también toca un tema que pocas veces es tratado: de que manera la literatura, a través de los libros, libraron su propia batalla en la que también desaparecieron, se trasmutaron o milagrosamente pudieron salvarse. Es interesante observar de qué modo se relaciona cada personaje con el mundo de la literatura, ya que define nítidamente el perfil de cada uno de ellos.
Las actuaciones son muy sensibles y eligen mostrar el lado lacerado de sus personajes, como por ejemplo ese poco asible torturador encarnado por Emiliano Díaz.
La escenografía de Eduardo Manfredi logra con pocos mobiliarios y útiles dar una acabada idea de donde se desarrolla cada acción. Las luces de Santiago Botet son fríamente expositivas.
Esa extraña forma de pasión invita a una revisión del pasado reciente y al debate.

Gabriel Peralta

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